Año: 2017

Duración: 163 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Denis Villeneuve

Género: Ciencia ficción | Cyberpunk. Secuela. Thriller futurista

 

Uno de los aspectos definitorios de una obra maestra es que suele quedar abierta, planteando todo un mundo de interrogaciones y suposiciones. Es el caso de Blade Runner (1982). ¿Qué les ocurrirá a Rick Deckard y Rachael? Muerto Tyrell, ¿qué sucede con los replicantes: siguen produciéndose y mejorándose? ¿Qué le sucede a nuestra degradada Tierra? Denis Villeneuve —el director francocanadiense de filmes entre los que destaca La llegada (2016)— ha tratado de dar respuesta a alguna de estas preguntas con su Blade Runner 2049. Villeneuve toma el relevo de Ridley Scott, con Harrison Ford como nexo entre ambos filmes.

Dejando aparte otras consideraciones acerca de su calidad cinematográfica, la nueva Blade Runner nos sumerge de nuevo y de lleno en el universo de los replicantes, haciéndonos recapacitar sobre la condición humana y, en particular, sobré qué es lo que hace humanos —valga la redundancia— a los humanos: cuál o cuáles son sus características diferenciadoras de otros seres vivos (o que, al menos, mimetizan la vida).

En el anterior artículo se reflexionó acerca de la existencia de las emociones como esa característica esencial definitoria de lo humano. Por eso, en el test que permite determinar si se está ante un replicante, la inexistencia de cambios en su rostro —en concreto, en sus ojos— que delaten alguna emoción es crucial. Los Nexus-6, los humanoides dotados de grandes capacidades -sobre todo, de fuerza física, agilidad, elasticidad, etc.- que los torna muy adecuados para realizar trabajos peligrosos en calidad de esclavos en las colonias exteriores de la Tierra, tienen un límite que no es sólo la corta caducidad de su existencia, sino su incapacidad de sentir.

El tema, el meollo del filme Blade Runner, es que, yendo más allá de lo previsto en su diseño, al menos dos de tales Nexus-6 —que han de ser retirados por los Blade Runners, como Ford en el film— parecen haber evolucionado y desarrollado su esfera afectiva. En efecto: Roy Batty —el líder de los Nexus-6 que han de ser retirados por Deckard— siente miedo, experimenta emociones fortísimas, al saberse finito: al conocerse a sí mismo como un ser artificial con una fecha de caducidad cercana.

Como a la mayoría de los seres humanos, la muerte le lleva a preguntarse por el sentido de su existencia: todo lo por él conocido y experimentado, ¿se perderá con su muerte? Las palabras de Roy instantes previos a morir son ilustrativas:

“Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad, cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».

Roy siente miedo. Siente una profunda emoción y, con su monólogo, sintetiza la gran preocupación humana: el sentido de la vida. Cuanto he vivido, ¿de qué servirá… a menos que haya otro tipo de vida más allá de la muerte? Roy, en suma, no sólo es mucho más fuerte y ágil que cualquier ser humano. Siente. Y eso significa que ha saltado las barreras de su diseño como ente artificial.

Y, algo más —me atrevería a añadir— en que la crítica al uso no ha reparado: Roy no sólo experimenta emociones y, en concreto, la emoción del miedo. Roy es compasivo: cuando puede matar fácilmente al retirador que lo ha perseguido, Deckard -genialmente interpretado por Harrison Ford– en una pelea ambientada en un entorno nada común, lo deja vivir. Y es él quien muere. En ese momento libera una paloma que asciende al cielo. Claramente —creo que es lo que significa esta escena— Roy tenía alma, al menos en el contexto del film.

Pero, si Roy siente miedo, Rachael —asimismo replicante— siente las profundas emociones que acompañan al sentimiento del amor. Rachael se enamora de su retirador. Y ni el miedo de Roy, ni el amor de Rachael estaban —repito— previstos en sus diseños. Han saltado por encima de las barreras que los separaban de los seres humanos. De este modo, una de las grandes características definitorias de lo humano es compartida por los bioartefactos.

Por eso, si se quiere mantener el orden en el nuevo mundo —en la distopía generada por la aplicación irreflexiva de las tecnologías que aparece en el Blade Runner de 2019— es preciso restablecer tales barreras y retirar este tipo de humanoides (replicantes) del mercado. Tal retiradano se produce en el caso de Rachael ni de quien parece ignorar su propia condición de replicante: el retirador, el Blade Runner. Deckard y la sofisticada replicante Rachael huyen. Y así concluye el filme de Ridley Scott.

La nueva historia de Blade Runner 2049 comienza treinta años después de la fuga de Rachael y Deckard. Tiene como nuevo protagonista a K (Ryan Gosling), un Blade Runner encargado de investigar un caso inquietante y misterioso que guía toda la historia.

La Tyrell Corporation era la compañía encargada de la producción de los replicantes en el filme de 1982; en Blade Runner 2049 es la Wallace Corporation. La nueva compañía está dirigida por Niander Wallace (Jared Leto), un genio de la biología sintética que ha reeditado la industria de los replicantes con los nuevos modelos Nexus-9, que, como los Nexus-8 —último modelo de la Tyrell Corp.—, tienen vida prolongada. Del mismo modo que Tyrell, Wallace persigue un sueño posthumano: crear un ser perfecto, de vida auténticamente libre de toda limitación. Sin embargo, su deseo se ve impedido por algo importante: sus replicantes son todos artificiales, ninguno es fruto de la generación natural.

Aquí radica la diferencia esencial entre los humanos y los replicantes. Si en el Blade Runner de Scott la diferencia consistía en sentir emociones, saltada esa barrera entre replicantes de vida prolongada y humanos, ¿queda alguna otra diferencia esencial entre unos y otros? La respuesta en Blade Runner 2049 está muy clara: unos, los humanos, nacen naturalmente y los replicantes son producidos artificalmente, son no-nacidos. Como productos, carecen de derechos y pueden ser usados a su antojo por los humanos, a pesar de ser más perfectos y capaces que ellos. Lo que hace que un humano sea auténticamente humano es, en suma, el hecho de ser hijo-biológico-de-alguien.

El meollo de Blade Runner 2049 consiste, pues, en la generación de nueva vida y cómo obtener las reglas biológicas para hacerlo. La gran ambición de Wallace, por tanto, es crear una nueva especie y para ello necesita “asaltar el Edén y recuperarlo”, como dice en un momento de la película. Lo que mueve toda su investigación científica es, por decirlo de algún modo, desvelar el secreto del Árbol de la Vida.

Si quiere leer más sobre Blade Runner 2049, aquí tiene un link con el análisis completo en CinemaNet.