En el centro de esta erizada cuestión se erige el estatuto ético del embrión humano, soslayado perezosa e interesadamente por científicos, bioéticos y legisladores.
A mediados del próximo junio, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se las tendrá que ver con el caso Adelina Parrillo versus Italia. Se remonta a 2002, cuando Adelina y su marido congelaron cinco embriones para implantación futura. Pero el marido falleció un año después, y Adelina perdió la ilusión materna y pidió la destrucción de los embriones. Justo a finales de 2003 Italia aprobó una ley que prohíbe destruir embriones y experimentar con ellos. En 2011 Adelina decidió demandar al Estado italiano ante el Tribunal de Estrasburgo, pues se le están vulnerando los derechos de propiedad sobre los embriones congelados. La ONG European Center for Law and Justice presentará su opinión ante la Corte de Estrasburgo. Uno de sus argumentos es que los embriones no pueden ser objetos de propiedad pues son sujetos de la ley según la normativa italiana.
Es uno, entre muchos, de los casos tan singulares y excéntricos surgidos desde que hace un cuarto de siglo se iniciaran las prácticas de reproducción asistida. Los debates éticos iniciales han ido dando paso a una resignación social y legislativa motivada por la inercia de los hechos, apelaciones sentimentales, impulsos crematísticos y claudicaciones biológicas y semánticas.
Pero esa aparente normalidad fáctica oculta numerosas frustraciones, amenazas futuras y problemas sin resolver. En el centro de esta erizada cuestión se erige el estatuto ético del embrión humano, soslayado perezosa e interesadamente por científicos, bioéticos y legisladores.
«Quienes practican la reproducción asistida o experimentan con embriones, lo mismo que quienes recomiendan ciertos métodos contraceptivos, no ignoran que, en mayor o menor medida, esos procedimientos implican la pérdida o destrucción de embriones humanos». Así lo dice el anatomopatólogo y bioético Gonzalo Herranz en el prefacio de su reciente libro El embrión ficticio, en el que, tras una exhaustiva investigación, desmonta los principales argumentos biológicos empleados para justificar la irrelevancia ética de los procesos de reproducción asistida y de experimentación embrionaria, «un ejemplo paradigmático de cómo una biología débil lleva necesariamente a una bioética engañosa».
Planteada en su inicio como sistema reparador de la infertilidad, la reproducción asistida debate ahora sobre si es ético elegir el sexo de un embrión o descartarlo por riesgo de estrabismo. Se ha convertido en una medicina consumista destinada a satisfacer preferencias. Y además de la maraña jurídica que ha generado con pleitos difíciles de resolver con equidad, la fecundación artificial desvirtúa a veces el sentido de la maternidad y la paternidad, al ponerlas en un contexto donde prevalece el carácter contractual. Y en su acrítico progreso sigue dejando miles de embriones congelados sin destino, una desproporción de gemelos, tentaciones eugenésicas crecientes, madres de alquiler y madres desesperadas tras varios ciclos infructuosos. Replantearse esta inercia reproductiva es un desafío bioético (Diario Médico, 28-IV-2014 al 4-V-2014).
Creo que es el poder económico(atroz para esos embriones), y pensar que en el mundo hoy existen mil niños sin Padres «»» ?????
Sin duda es una industria que mueve millones y no tiene barreras éticas o jurídicas que la detenga. Hay una campaña contra el embrión de pocos días negándole su condición de individuo de la naturaleza humana, uno como nosotros.