“Es éste el Evangelio de la vida que, a través de vuestra competencia científica y profesional y sostenida por la gracia, estáis llamados a difundir.” Francisco
El pasado 19 al 23 de febrero tuvo lugar en Roma la XX Asamblea Anual de la Pontificia Academia para la Vida. En ella se trató como tema específico el de “Envejecimiento y discapacidad” . A esta asamblea asistió el Dr. Justo Aznar, Director de nuestro Observatorio.
A los participantes en dicha Asamblea les envió el Papa Francisco unas palabras animándoles en su trabajo, a la vez que realizando una pequeña reflexión sobre el tema, reflexión que hemos traducido del original italiano y que transcribimos a continuación:
Los trabajos que habéis desarrollado durante estos días se han referido al «Envejecimiento y discapacidad». Es este un tema de gran actualidad, que preocupa a la Iglesia. En efecto, en nuestra sociedad se comprueba el dominio tiránico de una lógica económica que excluye, y que a veces mata, y de la cual hoy muchísimos son víctimas, comenzando por nuestros ancianos.
Hemos dado inicio a la cultura del «descarte», que además, se promueve. No se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión se hace desaparecer la culpa, en su misma raíz, la pertenencia a la sociedad en la que se vive. Los excluidos no son explotados sino rechazados, «sobras» (Exhort ap Evangelium Gaudium, 53). La situación socio-demográfica del envejecimiento nos revela claramente esta exclusión de la persona anciana, especialmente si está enferma, con discapacidad, o por cualquier razón es vulnerable. Se olvida, de hecho, demasiado a menudo que las relaciones entre los hombres son siempre relaciones de dependencia recíproca, que se dan con grados diversos durante la vida de una persona, pero que se manifiesta mayormente en las situaciones de ancianidad, de enfermedad, de discapacidad, de sufrimiento en general. Y esto requiere que en las relaciones interpersonales, como en las comunitarias se ofrezca la ayuda necesaria, para tratar de responder a las necesidades que la persona tiene en esos momentos.
En la base de las discriminaciones y de las exclusiones hay una cuestión antropológica: cuánto vale el hombre y sobre qué basa éste sus valores. La salud es ciertamente un valor importante, pero no determina el valor de la persona. La salud además no es por sí garantía de felicidad: ésta, de hecho, puede darse también en presencia de una salud precaria. La plenitud a la que tiende cada vida humana no está en contradicción con una condición de enfermedad y de sufrimiento. Por tanto, la falta de salud y la discapacidad no son nunca una buena razón para excluir, o peor para eliminar, a una persona; la privación más grave que padecen las personas ancianas no es un debilitamiento del organismo y la subsiguiente discapacidad, sino el abandono, la exclusión, la privación de amor.
Maestra de acogida y solidaridad es, en cambio la familia: es en el seno de la familia en donde se muestran de manera sustancial las relaciones de solidaridad; en la familia se puede aprender que la pérdida de la salud no es una razón para discriminar algunas vidas humanas; la familia enseña a no caer en el individualismo y a equilibrar el yo con el nosotros. Es ahí en donde el «cuidar» se constituye en el fundamento de la existencia humana y en donde se promueve una actitud moral a través de valores como el empeño y la solidaridad. El testimonio de la familia se vuelve crucial delante de toda la sociedad, al confirmar la importancia de la persona anciana como sujeto de una comunidad que tiene una misión que cumplir, y que solo aparentemente recibe sin ofrecer nada. «Cada vez que buscamos leer en la realidad actual los signos del tiempo, es oportuno escuchar a los jóvenes y a los ancianos. Ambos son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir estúpidamente los mismos errores del pasado» (Ibid, 108).
Una sociedad es verdaderamente acogedora en las confrontaciones de la vida cuando reconoce que ésta es preciosa también en la ancianidad, en la discapacidad, en las enfermedades graves y hasta cuando se está apagando; cuando enseña que la llamada de la realización humana no excluye el sufrimiento, más bien, enseña a ver en la persona enferma y sufriente un regalo para la comunidad entera, una presencia que llama a la solidaridad y a la responsabilidad. Es éste el Evangelio de la vida que, a través de vuestra competencia científica y profesional y sostenida por la gracia, estáis llamados a difundir.
(Traducción del italiano a cargo de Ester Bosch)
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