En el año 2000, al comenzar la experimentación con células madre embrionarias, los científicos italianos Vescovi y Cossiu, del Centro Italiano para la Investigación Celular de Milán, demostraron que en la base de muchos tejidos somáticos adultos hay células de propiedades semejantes a las embrionarias y aseguraron que estas células podían cultivarse en el laboratorio y reprogramarse hacia otras especialidades celulares, igual que las de la masa interna de los embriones. Desde entonces, muchas investigaciones han conducido al convencimiento de las ventajas éticas y de utilidad potencial clínica de las células madre de tejidos adultos. Estas células pueden ser reprogramadas y utilizadas con el fin de regenerar tejidos dañados o envejecidos, sin necesidad de sacrificar embriones ni afectar al organismo de que proceden. A esta tecnología, ya de por sí prometedora, se ha unido la de las células iPS (células madre inducidas pluripotentes) que desarrolló el equipo dirigido por el japonés Shinya Yamanaka, cuyo mérito fue reconocido con la concesión del Premio Nobel de Medicina de 2012, por lo que supone una vía ética hacia el futuro de la medicina reparadora de enfermedades degenerativas (Nicolas Jouve, 11-VIII-2013).