El 25 de abril de 1953 la revista Nature publicó el descubrimiento de la estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico —ADN—. A partir de los trabajos del biofísico británico Maurice Wilkins y de la cristalógrafa Rosalind Franklin, James Watson y Francis Crick descifraron el material genético de los seres vivos.
La autoría de las publicaciones presenta aspectos de indudable contenido ético. Limitándonos a un artículo científico, en los que la multiautoría es cada vez más frecuente –no es raro encontrar artículos en revistas de alto impacto firmados por más de 40 o 50 autores–, cabe preguntarse una cuestión obvia: ¿todos han contribuido realmente al desarrollo de la investigación en cualquiera de sus fases?
Con fecha 4 de noviembre, el Comité Español de Ética de la Investigación ha hecho público un “Informe sobre la autoría y las filiaciones de los trabajos científicos y técnicos”. Con respecto a la autoría de las publicaciones, se hace sólo la escueta declaración siguiente: «La autoría identifica a los participantes que han hecho posible el trabajo, constituyendo unos derechos irrenunciables cualquiera que sea el formato de presentación (revistas, libros, comunicaciones a congresos, informes técnicos, etc.).
«Los códigos de buenas prácticas en investigación, en cuanto a publicaciones se refiere, deben tener en cuenta que existe una tradición y unas reglas no escritas en los distintos ámbitos y grupos científicos». Desgraciadamente, el escueto comunicado deja sin aclarar con qué criterios se han de determinar “los participantes que han hecho posible el trabajo”.
Este año estamos celebrando el 70 aniversario de la publicación del trascendental artículo de Francis Crick y James Watson en el que proponían el modelo de doble hélice para la estructura del DNA. El artículo ocupaba una única página de la revista Nature(1), pero su importancia fue tal que no se ha dudado en calificarlo como el artículo más trascendental de la Biología del siglo XX. Y, precisamente, este artículo entra de lleno en las implicaciones éticas de la autoría con las que se inicia este artículo. En el caso presente no se trata de que sobre uno de los dos autores; los dos tenían méritos sobrados para explicar una cuestión que venía debatiéndose sin éxito desde hacía años por muchos investigadores: la estructura tridimensional del DNA, el portador de la información genética. Entre otras muchas cosas, Watson y Crick acertaron al plantearse la pregunta inherente a las relaciones entre la estructura de los materiales biológicos y su función: ¿Qué implicaciones funcionales tiene esta estructura?
Tanto Watson como Crick, cada uno desde su personal experiencia y perspectiva, fueron fundamentales para ver lo que otros muchos no habían visto. No sobraba ninguno de los dos. El problema, que se planteó hace mucho tiempo y que se ha replanteado con ocasión de aniversario de la publicación, es: ¿faltaba alguien entre los autores?
Para contestar a esta pregunta es necesario tener en cuenta que ni Crick ni Watson habían realizado trabajos experimentales en relación a la estructura del DNA. Conocían, por supuesto, la estructura química del DNA, determinada por Alexander Todd, como un polímero formado por la repetición en cadena de 4 desorribonucleótidos –constituidos, a su vez por desoxirribosa, fosfato y una base nitrogenada, que podía ser adenina, guanina, timina o citosina–, unidos entre sí mediante los fosfatos que establecen un puente –enlace fosfodiéster– entre los anillos de desoxirribosa de lon desorribonuclótidos contiguos. Conocían también lo que se dio en llamar las reglas de Chargaff: al estudiar la composición del DNA humano, se encontró que la proporción de adenina era aproximadamente igual a la de timina y la de guanina igual a la de citosina(2). El propio Chargaff había comentado con Crick sus hallazgos. Pero sobre la organización tridimensional de las moléculas de DNA sólo se habían hecho infructuosas propuestas.
Watson y Crick, que trabajaban en el Laboratorio Cavendish de Cambridge tuvieron conocimiento de que en el King’s College de Londres John Randall, el director de la institución, y su adjunto, Maurice Wilkins, estaban trabajando en el estudio de la estructura del DNA mediante difracción de rayos X. Rosalind Franklin, que había estudiado Química Física en Cambridge y había trabajado en Francia con esa técnica de difracción, se incorporó al King’s College en 1951, a la edad de 31 años y, por indicación de Randall, se unió a la investigación de la estructura del DNA, supervisando el trabajo de tesis de Raymond Gosling. Poco tiempo después de su incorporación, obtuvo unas imágenes de difracción que le permitieron comprobar que había dos formas estructurales del DNA, la A y la B, con organización helicoidal, de las cuales pudo determinar algunos parámetros y proponía que los fosfatos se encontraban en el exterior de la estructura. Así consta en los cuadernos de laboratorio de Rosalind Franklin, según el testimonio de Aaron Klug(3). Además, Franklin impartió un seminario en noviembre de 1951, al que asistió James Watson, en el que comentaba esos hallazgos.
A finales de enero de 1953, Watson visitó de nuevo el King’s College y Wilkins, quizá con una cierta falta de precaución, le enseñó la mejor de las imágenes obtenidas por Rosalind Franklin, la que luego pasó a la historia con la denominación de “fotografía 51”. De alguna manera no muy ortodoxa, Watson consiguió hacerse con una copia de la imagen, como él mismo relata en su conocida historia del descubrimiento de la doble hélice, en la que añade: “desde luego, Rosy no nos dio directamente sus datos. Por lo demás, nadie del King’s College se dio cuenta de que estaban en nuestro poder”(4). En ese mismo libro, Watson hace una suposición que parece infundada: que Rosalind Franklin, que tenía mucha experiencia en difracción de rayos X, no había entendido sus propios resultados, mientras que él, que era un neófito en el campo de la cristalografía, los captó de inmediato. De hecho, en un artículo publicado en Nature con ocasión del aniversario que se ha comentado, Cobb y Comfort tachan esa idea de “presunción absurda”(5). Además de la “fotografía 51”, Watson y Crick tuvieron acceso, por mediación de Max Perutz, a una copia de un informe del Medical Research Council en el que se resumían los trabajos de sus principales investigadores, incluyendo el de Rosalind Franklin. Esos datos fueron esenciales para que pudieran elaborar su famoso modelo de doble hélice para la estructura de la forma B del DNA. De hecho, en una publicación posterior, Crick y Watson manifestaban –aunque en una nota a pie de página– que “sin estos datos [los del grupo del King’s College], la formulación de nuestro modelo hubiera sido muy improbable, si no imposible”(6). Pero en el artículo original, el que toda la comunidad científica cita, no aparecía el nombre de Rosalind Franklin ni como autora, ni en agradecimientos.
La vida continuó; Rosalind Franklin –era un secreto a voces– no se llevaba bien con Maurice Wilkins y pronto abandonó el King’s College para dedicarse a estudiar la estructura de virus en el Birkbeck College de Londres. Pero parece que no guardó rencor a Crick ni a Watson. En efecto, como afirma Brenda Maddox, su biógrafa, desde 1954 a 1958 mantuvo correspondencia con ambos en términos amigables y, por ejemplo, en la primavera de 1956 Rosalind, con Francis Crick y su esposa Odile, estuvieron haciendo turismo juntos en España(7). Lamentablemente, la historia terminó mal para Rosalind Franklin, pues falleció a causa de un cáncer en 1958, sin que se reconocieran públicamente sus méritos. Incluso en la necrológica publicada en Nature se decía que “en esta estrecha colaboración entre los grupos de Cambridge y de Londres es difícil delimitar la contribución de cada individuo”(8). Cuatro años después de su fallecimiento, se otorgó el premio Nobel de Fisiología o Medicina a “Francis Harry Compton Crick, James Dewey Watson y Maurice Hugh Frederick Wilkins por sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su repercusión en la transferencia de información en la materia viva». Y en la ceremonia de presentación de los premiados, el Profesor A. Engström, en nombre del comité que decidió el premio, se refirió a cómo los estudios cristalográficos de Wilkins indicaron que las largas moléculas de DNA se disponían de forma helicoidal. Ni una palabra de mención a Rosalind Franklin.
¿Cuáles fueron las causas de la omisión del nombre de Franklin en los hitos más importantes del descubrimiento de la doble hélice? Brenda Maddox apunta que Rosalind era judía y que el antisemitismo de los investigadores de Cambridge y el machismo imperante entre los científicos de la época fueron clave para el rechazo de Rosalind(7) y en una línea similar se muestra un reciente editorial de Nature, que llevaba el duro título “Rosalind Franklin fue defraudada por un equipo disfuncional”.
Sean cuales fueran las causas, del arrinconamiento de Rosalind Franklin, el caso obliga a plantear con fuerza los aspectos éticos de la autoría de los artículos científicos. Es grave que se incluyan como autores personas que, a lo sumo, hayan aportado alguna idea sobre la redacción del manuscrito sin haber participado en su ejecución. Grave es también que firmen investigadores por el simple hecho de pertenecer a un determinado laboratorio o por haber conseguido financiación sin participar en la investigación. Más grave es que, por devolver un favor, quienes han realizado un trabajo incluyan como coautor a quien no ha participado en él, o que lo incluyan en espera de recibir algún apoyo en el futuro. Pero más grave aún, a mi parecer, es que, como en el caso de Rosalind Franklin, se omita a quien ha aportado algo sin lo cual la culminación de la investigación habría sido imposible. Es obvio que hay que desarrollar ampliamente los criterios para esa identificación de “los participantes que han hecho posible el trabajo”, que se recoge en el informe con que se comenzaban estas líneas.
Luis Franco
Miembro de número de la Real Academia de Ciencias de España
y de la Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana
Miembro del Observatorio de Bioética
BIBLIOGRAFÍA
- Watson JD, Crick FH. Molecular structure of nucleic acids; a structure for deoxyribose nucleic acid. Nature. 1953;171:737–8.
- Chargaff E, Zamenhof S, Green C. Human desoxypentose nucleic acid: Composition of human desoxypentose nucleic acid. Nature. 1950;165:756–757.
- Klug A. Rosalind Franklin and the discovery of the structure of DNA. Nature. 1968;219:808–10; 843–4.
- Watson JD. La doble hélice. Barcelona: Plaza y Janés; 1978.
- Cobb M, Comfort N. What Watson and Crick really took from Franklin. Nature. 2023;616:657–60.
- Crick FH, Watson JD. The complementary structure of deoxyribonucleic acid. Proc R Soc Lond A. 1954;223:80–96.
- Maddox B. The double helix and the “wronged heroine.” Nature. 2003;421:407–8.
- Bernal JD. Dr. Rosalind E. Franklin. Nature. 1958;182:154.
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