Por primera vez, una mujer con un útero trasplantado de una donante fallecida, ha dado a luz un bebé fuera de un ensayo clínico el pasado mes de mayo. Portavoces del Hospital de la Universidad de Alabama-Birmingham donde se ha llevado a cabo el proceso, han comunicado esta semana la noticia.

Mallory, que había nacido sin útero, sufría el síndrome de Rokitanski, una carencia congénita de útero, que se da en 1 de cada 5000 mujeres. Esta se mudó con su familia a Birmingham para ingresar en un programa de trasplantes. Su primera hija nació por gestación subrogada a la que se prestó su hermana.

Como ocurre en los pacientes sometidos a trasplante de órganos, en este caso también fue necesario someter a la paciente, desde que este se produjo y durante todo el embarazo, a un tratamiento inmunosupresor para evitar el rechazo del útero, que hubiera impedido la gestación, tal como informan desde la web del UAB Medicine, el programa de trasplantes que ha realizado este proceso.

Debe precisarse que la maternidad lograda por este procedimiento debe recurrir a fecundación in vitro y transferencia del embrión al útero trasplantado. El parto es por cesárea y, tras él, debido a que no es un órgano vital para la receptora y que su mantenimiento con vistas a un próximo embarazo exigiría mantener los tratamientos inmunosupresores, no exentos de riesgos para la paciente, el órgano es extirpado.

Tras el nacimiento de este bebé gestado con un útero trasplantado, y siendo que en este caso no se trataba de un ensayo clínico por primera vez, se abre la posibilidad de extender esta técnica a otras mujeres con imposibilidad de gestar por diferentes motivos, que deberán someterse a una evaluación física y psicológica para garantizar que comprenden los riesgos del procedimiento y comprobar que antes han considerado otras alternativas para tener descendencia.

Antecedentes

Como ya hemos publicado en anteriores ocasiones en las que hemos tratado este tema, el 5 de octubre de 2020 se realizó en España el primer trasplante de útero de donante viva en el hospital Clinic de Barcelona.

El primer trasplante de útero se realizó en Arabia Saudí en el año 2000 y hasta 2011 no se practicó el segundo, en este caso en Turquía. El primer trasplante en Europa se llevó a cabo en Suecia en 2014 y hasta el momento actual se han practicado en el mundo 70 trasplantes de útero y han nacido 14 niños.

Desde un punto de vista médico, el trasplante de útero es una operación compleja, por lo que en este caso se requirieron 12 horas para la extracción del útero de la donante y 4 para su implantación en la paciente, interviniendo 20 personas en el equipo quirúrgico.

Valoración bioética

En el caso que nos ocupa son varios los dilemas bioéticos que deben ser analizados. En primer lugar, los relacionados con el tipo de donante. En este caso se trataba de una donante cadáver, pero se han realizado trasplantes de órganos procedentes de donantes vivas, lo cual supone someterlas a riesgos que deben ser muy bien evaluados.

En segundo lugar, un trasplante de órganos es una intervención muy compleja con riesgo elevado y muy costosa, que exige la instauración de tratamientos inmunosupresores de por vida, no exentos de riesgos asociados.

En tercer lugar, el proceso requiere del recurso a las técnicas de fecundación in vitro, lo que implica la producción supernumeraria de embriones con destino incierto, además de las limitaciones asociadas a estas técnicas, que incluyen la menor tasa de embarazos y el mayor riesgo de complicaciones para la madre y el hijo que en el caso de un embarazo obtenido por vía natural.

En cuarto lugar, el parto deberá ser siempre por cesárea, tras la cual se procederá a la extirpación del útero trasplantado, para evitar, como hemos dicho, las complicaciones asociadas a los tratamientos inmunosupresores para la paciente.

En quinto lugar, la dedicación de una gran cantidad de recursos humanos y materiales en una intervención que no resulta vital para la paciente, es decir, no está relacionada con una dolencia asociada a un fracaso orgánico que justifique el trasplante por poner en riesgo su vida, parece no respetar los principios bioéticos de solidaridad y justicia, siendo, además, que existen alternativas no invasivas como la adopción para cumplir el deseo de maternidad.

Y finalmente, debe matizarse que la maternidad o la paternidad no deben considerarse derechos cuya salvaguarda justifica cualquier intervención. No vale todo para llegar a ser padres, porque el hijo es un don que se recibe, no un bien que puede exigirse a cualquier precio.

Dada la limitación en los programas de trasplantes, de cuyo éxito depende la supervivencia de muchos pacientes, parece que dedicar estos necesarios recursos a intervenciones como la que nos ocupa, puede interferir en su eficacia, en la gestión de los recursos disponibles y finalmente, en la atención de los que más los necesitan.

 

Julio Tudela

Cristina Castillo

Observatorio de Bioética

Instituto Ciencias de la Vida

Universidad Católica de Valencia