Un artículo elaborado por académicos de universidades británicas e italianas analiza los beneficios y efectos adversos del consumo de drogas inteligentes o “potenciadores cognitivos”, psicofármacos que se consumen para potenciar alguna facultad de nuestra mente.
Camus, en El hombre rebelde, afirmaba que el hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es; necesita mejorar continuamente. El intento de mejorar nuestro cerebro no es una novedad; el ser humano desde la antigüedad ha ingerido multitud de sustancias presentes en la naturaleza, animado por los efectos que estas producían. Así, por citar algún ejemplo, los amerindios mascaban hojas de determinadas especies hace más de 4.000 años. Hoy en día se ha extendido el consumo de suplementos alimenticios o bebidas energéticas que contienen sustancias estimulantes como la cafeína o la taurina.
Junto a estas sustancias, se ha incrementado a niveles exponenciales el uso de algunos compuestos moleculares con el fin de alcanzar un rendimiento cognitivo más allá de nuestras aptitudes. El consumo de las llamadas “smart pills”, como los conocidos fármacos Concerta® o Ritalín®, ha llamado la atención de la comunidad científica en los últimos años. Compuestos químicos eficaces para tratamientos como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) son consumidos por individuos sin diagnóstico alguno, con el fin de potenciar el rendimiento cognitivo. A pesar de que en la mayoría de los países su consumo requiere una prescripción médica, la fabricación y consumo de estas píldoras se ha extendido a nivel global, especialmente entre estudiantes universitarios y determinados profesionales que requieren un plus de rendimiento en momentos puntuales como pilotos, cirujanos u otros.
Si una sustancia puede optimizar o restaurar una función cerebral sin riesgos, no parece que haya motivos a priori para oponerse a su consumo debidamente controlado. El mejoramiento cognitivo, que no distingue entre terapia y mejoramiento, nos remite a un tipo de neurología a demanda del usuario, la neurología cosmética.
Los autores del estudio advierten que la alta prevalencia de uso actual tiene visos de seguir incrementándose, debido principalmente a tres factores. En primer lugar, se señala la facilidad de conseguir estas sustancias a través de internet. En segundo lugar, el consumo de estas sustancias está rodeado de un halo de eficacia y seguridad. Así, si el Concerta® mejora el autocontrol de estudiantes con TDAH ¿por qué no va a ser beneficioso para un individuo sano? En tercer lugar, detectan que el consumo de estas sustancias retroalimenta la farmacologización de la sociedad, fenómeno social que explica la intervención creciente de los medicamentos en la vida social moderna y que puede convertirse en un caso preocupante de Salud Pública.
No obstante, la evidencia hasta el momento muestra que la eficacia de estos potenciadores cognitivos es muy limitada en contraste con los numerosos efectos secundarios asociados al consumo de psicoestimulantes. En el área de la neurología cosmética, urge la investigación científica que evalúe los efectos prometidos por estos fármacos y que permita a los usuarios tomar decisiones informadas y responsables desde un punto de vista ético.
El análisis ético del consumo de cualquier fármaco, prescrito o no, debe necesariamente evaluar cualquier efecto adverso posible en el cerebro, el órgano más complejo con diferencia. El principio de no maleficencia, primum non nocere, uno de los principios rectores de toda intervención médica, obliga a tener en cuenta estos efectos y actuar con prudencia.
Fuente: Schifano, F., Catalani, V., Sharif, S. et al. Benefits and Harms of ‘Smart Drugs’ (Nootropics) in Healthy Individuals. Drugs 82, 633–647 (2022).
Jose Sales Trigueros
Alumno del Master Universitario en Bioética
Universidad Católica de Valencia
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