Por primera vez se consigue obtener descendencia a partir de una sola hembra en mamíferos. La investigación, llevada a cabo en China, se ha publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU (PNAS), bajo el título “Descendencia viable derivada de ovocitos únicos de mamíferos no fertilizados”.
El abordaje ha implicado una combinación de dos técnicas: la partenogénesis y la edición genética. La partenogénesis, que en griego significa “creación virgen”, es una forma de reproducción asexual que sucede de forma natural en algunas plantas y animales, pero no en mamíferos, y consiste en que el ovocito femenino sin fecundar duplica su material genético y comienza a desarrollarse como un embrión. En mamíferos, la inducción artificial de la partenogénesis no había sido exitosa (hasta ahora) debido al fenómeno de la impronta genética, según el cual hay determinados genes inactivados en el gameto femenino y otros inactivados en el gameto masculino. Esta inactivación selectiva se consigue mediante determinados grupos químicos que actúan sobre el ADN, por lo que es una forma de regulación epigenética (del griego epi, en o sobre, –genética). La combinación de estos dos patrones característicos del sexo es necesaria para que el individuo resultante de la fecundación sea viable. En la partenogénesis, la dotación genética viene solo de la hembra, por lo que falta la impronta genética masculina. Esta carencia, había impedido hasta ahora que los pseudoembriones obtenidos por partenogénesis, llamados partenotes, pudieran evolucionar hasta el nacimiento. Es aquí donde entra la edición genética, que se ha aplicado en este experimento para superar esta dificultad y lograrlo finalmente. Los científicos han utilizado una técnica similar a CRISPR que, en lugar de cambiar unas letras del ADN por otras, realiza cambios químicos sobre esas letras, activando o desactivando ciertos genes. Así, tras activar la partenogénesis en ovocitos de ratón, se aplicó esta herramienta de edición genética para integrar artificialmente en el genoma el patrón de impronta masculino. Así, los ovocitos empezaron a desarrollarse como un embrión. En un primer experimento, 192 embriones obtenidos por este medio se implantaron posteriormente en hembras de ratón subrogadas para continuar su desarrollo logrando nacer finalmente solo tres de ellos. Solo uno sobrevivió tras nacer, el cual llegó a la edad adulta y pudo reproducirse de forma normal. En un segundo experimento, en el que se añadió una nueva modificación genética, se consiguió que sobrevivieran dos hembras de los 155 embriones transferidos.
Aunque la eficacia del proceso ha sido extremadamente baja, el estudio supone una prueba de concepto de que el nacimiento de individuos generados por partenogénesis en mamíferos es posible, es decir, puede obtenerse descendencia a partir de una sola madre, sin necesidad de un padre. Debe aclararse que la descendencia obtenida por este método será exclusivamente de hembras. En 2004 ya se había conseguido obtener ratones sin necesidad de esperma ni reproducción sexual, pero en este caso se usaron dos ovocitos, uno que funcionaba como tal y otro que imitaba la aportación genética de un espermatozoide (ver AQUÍ), abordaje que se perfeccionó en 2018 y permitió obtener crías de ratón a partir de células reprogramadas genéticamente procedentes de machos y hembras que se combinaron con ovocitos enucleados (ver AQUÍ). El trabajo que comentamos va un paso más allá, generando un nuevo individuo a partir de un solo ovocito sin fecundar.
Nuestra valoración bioética
Cabe remarcar que este trabajo se ha desarrollado exclusivamente en ratones. Ningún embrión humano se ha utilizado en la investigación ni se espera que esta aplicación pueda ser usada en humanos por el momento ni en un futuro próximo. No obstante, realizar estos avances en un modelo animal mamífero nos acerca a la posibilidad de aplicarlos en el ser humano, lo que implicaría generar exclusivamente hijas a partir de una sola persona, la madre.
“Este trabajo es un primer paso, muy preliminar, hacia la autonomía reproductiva de la mujer”, opina Xavier Vendrell, portavoz de la Asociación Española de Genética Humana y especialista en salud reproductiva. “Trasladar estos resultados a los humanos no es ni mucho menos automático. En España, por ejemplo, sería ilegal mantener embriones de este tipo más allá de los tres días de edad. Pero es que además el programa de impronta genética humano es mucho más complejo que el del ratón. Ni siquiera conocemos todas las familias de genes que están involucradas”, destaca.
Nos parece que pretender relacionar este experimento con la autonomía reproductiva de la mujer, ignorando las graves dificultades técnicas y éticas que conlleva, resulta del todo inaceptable.
Al margen de estas dificultades, el riesgo de que en un futuro este abordaje pueda trasladarse al ser humano, hace pertinente que nos cuestionemos la motivación del estudio. A este respecto, el artículo publicado está escasamente justificado, apenas cuenta con una línea en la discusión que afirma que “el éxito de la partenogénesis en los mamíferos abre muchas oportunidades en la agricultura, la investigación y la medicina”. A nuestro juicio, un artículo con semejantes implicaciones merecería una mayor explicación de cuáles son esos posibles beneficios que pudieran derivarse de estas investigaciones, así como alguna referencia a las cuestiones éticas que plantearía la aplicación del procedimiento en humanos, algo que no se menciona en ningún momento. En nuestra opinión, es inexcusable alertar de los problemas éticos que implicaría generar seres humanos por partenogénesis. Por un lado, los estudios implicarían la obtención y destrucción de cientos o miles de embriones humanos, lo que nos parece éticamente inaceptable. A este respecto, conviene aclarar que, hasta ahora, la imposibilidad de progresión en su desarrollo de los pseudoembriones obtenidos por partenogénesis, debida a las grandes diferencias genéticas que los distinguen de los embriones obtenidos por fecundación sexual, relacionadas con la ausencia de la impronta masculina, habían propiciado que no fueran considerados verdaderos embriones humanos, lo que los hacía éticamente aceptables en experimentación. Pero tras este nuevo paso, por el que estas diferencias han sido en parte superadas, deberían ser considerados como verdaderos embriones, lo que añade nuevas dificultades éticas al experimento. Además, en este caso no podrían utilizarse embriones sobrantes de tratamientos de fecundación in vitro, sino que deberían generarse específicamente para las investigaciones, lo que amplía el abanico de público que podría oponerse y de legislaciones que no permitirían estos estudios. Esta oposición podría ser incluso mayor, abarcando a algunas posiciones utilitaristas, si no se demuestran unos beneficios potenciales de suficiente entidad. Por otro lado, las niñas que nacieran fruto de esta técnica se verían privadas de padre, no solo socialmente sino también biológicamente, ya que la madre sería genéticamente madre y padre de esa niña. Esto plantea serias cuestiones sobre el bien del menor y su protección. Finalmente, los riesgos de seguridad superarían con creces a los de la fecundación in vitro y no parece justificable exponer a la futura niña a tales riesgos simplemente para satisfacer el deseo de una mujer de ser madre sin contribución masculina.
Julio Tudela
Lucía Gómez Tatay
Instituto Ciencias de la Vida
Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia