Existe un acuerdo general en reconocer que los precursores de la bioética en España fueron Javier Gafo, Francesc Abel, Gonzalo Herranz y Diego Gracia. Desafortunadamente los tres primeros ya no están con nosotros, si bien su legado sigue muy vivo. El último de ellos en fallecer fue Gonzalo Herranz, en 2021.

Quiero aprovechar esta tribuna conmemorativa del 27 aniversario de Actualidad del Derecho Sanitario para rendir tributo a Gonzalo Herranz y a otros dos bioeticistas que también nos han dejado recientemente y que, aunque no fueron protagonistas de la primera hora de la bioética en España en los años setenta del pasado siglo, pueden considerarse también grandes impulsores de esta disciplina. Me refiero a Carlos Alonso Bedate, fallecido en 2020, y a Justo Aznar, quien nos dejó a finales del pasado año.

Gonzalo Herranz fue catedrático de Anatomía Patológica en las Universidades de Oviedo y Navarra. Sin dejar de lado su cátedra pronto empezó a interesarse por la bioética, especialmente desde la perspectiva clínica. Sobre la base de un sólido conocimiento de su especialidad académica, y de muchas otras cuyos desarrollos científicos seguía de cerca, fue interesándose por el modo correcto de desempeñar la medicina, una profesión cada vez más sujeta a las evidencias científicas, pero no siempre suficientemente atenta a sus exigencias éticas, que son las que le dan su sentido.

Puso en marcha una fecunda línea de investigación en bioética en su Universidad y durante mucho tiempo colaboró con la Organización Médica Colegial de España participando en la elaboración del Código Deontológico y formando parte de su Comisión Deontológica. Su libro de comentarios al Código Deontológico de la profesión médica constituyó una aportación decisiva para que esta norma dejara de verse como una formalidad referida a aspectos periféricos de la profesión y se convirtiera en un instrumento fundamental para revelar a los médicos las exigencias inherentes a su desempeño profesional.

Participó también muy activamente en las reuniones de la Asociación Médica Mundial. Juan Pablo II lo nombró Académico de Número de la Pontificia Academia per la Vita, de cuyo comité directivo formó parte.

Carlos Alonso Bedate, S.J., destacó como científico, integrándose como investigador y profesor de investigación del CSIC en el área de la biología molecular. Sus investigaciones fueron de la mano de una creciente inquietud por los aspectos éticos de la investigación biomédica y de las biotecnologías. Prestó particular atención a la cuestión acerca del estatuto del embrión humano preimplantacional, como también hizo Gonzalo Herranz.

Ambos sostuvieron posiciones encontradas: mientras que Alonso Bedate relativizaba el valor del embrión humano en esas fases iniciales de su desarrollo, Herranz insistía en que no había una fase posterior en la que el embrión adquiriera una mayor consistencia ontológica y ética que la que ya tenía desde la fecundación. Alonso Bedate representó a España en el Comité Director del Bioética del Consejo de Europa durante años y formó parte de su comité directivo. También fue miembro del Comité de Bioética de España desde su creación y llegó a ser su vicepresidente. Tanto en una como en otra institución mantuvo siempre un papel muy proactivo.

Justo Aznar tuvo, como los otros, una brillante carrera científica. Puso en marcha y dirigió hasta su jubilación del Departamento de Biopatología Médica del Hospital la Fe de Valencia. En ese campo de investigación publicó muchos trabajos en las mejores revistas de su especialidad a nivel mundial. Durante décadas presidió la Federación de Asociaciones Provida de España. Desde ese ámbito del compromiso social en la defensa de la vida humana prenatal se fue interesando por la ética del inicio de la vida humana.

Tras jubilarse en el hospital creó el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia, impulsando la formación de postgrado y la investigación en bioética. En pocos años Aznar se convirtió en uno de los autores españoles con más publicaciones en los principales journals de bioética del mundo. También él, como Herranz, formó parte de la Pontificia Academia per la Vita.

Tuve el enorme privilegio de conocer personalmente a los tres y compartir diferentes tareas con cada uno. El contacto con ellos me confirmó que el saber es, ante todo, la transmisión de una tradición, de un legado que, por supuesto, abarca conocimientos, pero también prácticas sociales y testimonios personales. La sabiduría que atesoraron y fueron capaces de transmitir no era resultado de la erudición o de un saber hiper especializado sino de otras cualidades. Me explicaré.

Siendo muy diferentes los enfoques desde los que cada uno de ellos cultivó la bioética, Herranz, Alonso Bedate y Aznar tienen tres puntos fundamentales de coincidencia. Primero, los tres fueron científicos de referencia en sus respectivas áreas, cada uno desde su ámbito particular: Herranz en la academia, Alonso Bedate en el laboratorio y Aznar en el hospital.

En segundo lugar, el deseo por conocer les llevó a interesarse por áreas del saber distintas de sus respectivas especialidades, y los tres acabaron dedicando una atención muy particular a la dimensión ética de ese conocimiento y de su aplicación biotecnológica y clínica. El ansia de saber avivó su conciencia ética.

Por último, los tres se comprometieron firmemente con la sociedad en la que vivieron a través de diversas vías: Herranz principalmente con la institución médica colegial, Alonso Bedate participando en comités nacionales e internacionales de bioética, y Aznar con el impulso del movimiento provida y difundiendo con rigor el conocimiento bioético. Ciencia, conciencia y compromiso ciudadano fueron los pilares sobre los que construyeron sus respectivas y atractivas propuestas bioéticas.

En los tiempos presentes la bioética española se encauza principalmente por la vía académica. Existen algunas revistas de bioética publicadas en castellano que tienen relevancia internacional y las personas que trabajan en España en esta especialidad publican tanto en ellas como en otras extranjeras igual o más prestigiosas.

Tenemos buenas razones para apreciar la aportación de la bioética española a su desarrollo en el mundo. Pero conviene que no perdamos de vista que quienes nos precedieron tuvieron claro que ese trabajo solo arrojaría resultados consistentes y valiosos para la humanidad si se llevaba a cabo desde el riguroso conocimiento científico, desde una conciencia que busca incansablemente lo que es bueno y justo, y desde el honesto compromiso cívico por conseguir que efectivamente la biomedicina y la biotecnología estén al servicio del ser humano y la sociedad, y no al revés. De ahí que no sea una tontería afirmar, como empezaba esta tribuna, que bioética se escribe con “c”: la “C” de ciencia, conciencia y compromiso.

 

*Artículo original publicado en ADS nº 301 / Marzo 2022

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Vicente Bellver Capella

Catedrático de Filosofía del Derecho y Política

Universidad de Valencia