Según diversos medios de comunicación, dos personas que han sido eutanasiadas recientemente en España, han donado sus órganos para trasplantes (ver aquí), y ocho personas más se han puesto en contacto con la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) para hacerlo cuando fallezcan. Desde la entrada en vigor de la ley de la eutanasia en España, cinco personas han recibido un total de seis órganos, ya que uno de los receptores requirió un trasplante bipulmonar.
Como vemos, en nuestro país esta práctica es ya posible, y por ello, el Ministerio de Sanidad está preparando un protocolo de donación para las personas que soliciten la eutanasia, tal y como ha confirmado al Diario “El Español” la directora de la ONT, Beatriz Domínguez-Gil. Los pacientes que soliciten la ayuda a morir pueden también expresar su voluntad de ser donantes de órganos.
La mencionada doctora, afirma que “la eutanasia es compatible con la donación. De hecho, en España hay más de 100 hospitales con donación en asistolia. Ahora bien, siempre y cuando el fallecimiento se produzca de forma programada en el hospital y sabiendo que la persona puede cambiar de opinión en cualquier momento”, ha precisado. España sigue así los pasos de otros países que ya cuentan con protocolo y experiencia en este asunto como Bélgica, Canadá y Países Bajos, donde en 2012, más de 70 pacientes se sometieron a este procedimiento, según BMC Medical Ethics en su artículo “Organ donation after euthanasia starting at home in a patient with multiple system atrophy”.
¿Pero es esta práctica éticamente aceptable?
Recientemente, en este Observatorio de Bioética, hemos publicado un informe relativo a la relación entre la eticidad del proceso de muerte y la donación de órganos posterior, recogiendo la opinión vertida por algunas prestigiosas publicaciones en el campo de la bioética (Ver AQUÍ), apuntando a la necesidad de desvincular el proceso de muerte éticamente ilícita que supone la eutanasia con el proceso de donación posterior.
Desde corrientes bioéticas utilitaristas, se justifica, no obstante, la aceptabilidad de la donación de órganos tras la eutanasia, argumentando que el fin que se persigue, la salvación de los pacientes, justificaría las dificultades éticas de los medios empleados (Ver AQUÍ).
En esta misma línea, un artículo del Journal Of Medical Ethics, firmado por Zoe Fritz, un experto en Bioética, propone también la aceptabilidad de poner fin a la vida de un paciente en fase terminal, con su consentimiento o sin él, con el fin de extraer sus órganos para ser utilizados en trasplantes. De nuevo, una posición consecuencialista ignora la eticidad del procedimiento validándolo exclusivamente por la utilidad de su fin.
Debemos, por tanto, señalar las dificultades éticas que entraña la donación de órganos obtenidos de personas que han fallecido tras una eutanasia, un aborto provocado o la aplicación de la pena de muerte, por entender que el procedimiento ilícito que ha causado la muerte invalida éticamente la supuesta utilidad que pueda extraerse de este acto reprobable. La utilización de tejidos procedentes de abortos provocados para investigación ya ha sido analizada desde nuestro Observatorio con ocasión de la reciente obtención de vacunas contra la Covid, en la que se emplearon para algunas de ellas células troncales con esta procedencia (Ver AQUÍ). Del mismo modo, los ajusticiados por pena de muerte o eutanasiados que han muerto como consecuencia de un acto deliberado dirigido a terminar con sus vidas, por tanto, moralmente ilícito, no deberían ser candidatos a la donación de órganos, pues su aprovechamiento puede contribuir a dar utilidad a un procedimiento éticamente reprobable, justificándolo en cierta medida. El trasplante de órganos constituye una alternativa terapéutica muy eficaz que debe promoverse activamente, pero el enorme beneficio que comporta no justifica cualquier medio para su obtención, como precipitar la muerte del paciente o intervenir sobre en él causándole daño para mejorar la preservación ulterior de sus órganos, establecer criterios laxos de diagnóstico de muerte para acelerar la extracción de los órganos y mejorar la eficacia del proceso o aceptar, como es el caso que nos ocupa, cualquier donante, independientemente de si la muerte ha sido procurada dolosamente desde una perspectiva bioética.
Julio Tudela
Cristina Castillo
Instituto Ciencias de la Vida
Observatorio de Bioética
Universidad Católica de Valencia
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