En el 20 aniversario del Proyecto Genoma Humano, un interesante artículo publicado en Nature, revisa los descubrimientos basados en este hito de la ciencia. A continuación, exponemos tales avances desde una perspectiva bioética.
El trabajo que comentamos analiza el impacto que la primera publicación de la secuencia genética del ser humano en 2001 ha tenido hasta la actualidad. Así, los investigadores han rastreado cómo esta publicación ha permitido avanzar en el conocimiento sobre las raíces genéticas de las enfermedades humanas, propiciar el desarrollo de distintos fármacos y avanzar en nuestro conocimiento sobre el genoma. Para ello, han analizado una ingente cantidad de datos, incluyendo 1.660 enfermedades humanas con raíces genéticas, 7.712 productos farmacéuticos experimentales y aprobados y 704.515 publicaciones científicas. Los autores apuntan que también otros factores han sido necesarios para este avance, como el aumento de la potencia informática y la sofisticación de los métodos de secuenciación genómica, pero que el Proyecto Genoma Humano fue el catalizador de la continua revolución genética que estamos viviendo.
Genes “superestrella”
El estudio pone de manifiesto cómo la investigación ha estado intensamente focalizada en una pequeña cantidad de genes codificadores de proteínas, a los que han denominado “genes superestrella”. “Algunos genes superestrella, incluidos los TP53, TNF y EGFR, se convirtieron en el tema de cientos de publicaciones al año, habiendo recibido la mayoría de los otros genes escasa atención, pues se constata que, en el 2017, el 22% de las publicaciones relacionadas con genes solo hacían referencia al 1% de ellos”.
A pesar del interés que efectivamente tienen estos genes, los investigadores denuncian el olvido del estudio del resto del genoma: “A pesar de que se señaló como un problema potencial en el décimo aniversario de la publicación del borrador del genoma, no se ha corregido el rumbo”, afirman en base a los resultados analizados. Los autores comentan que este desequilibrio puede deberse a una dinámica de que el «rico se hace más rico «, es decir, que conforme aumenta el número de artículos que se centran en un gen, es más fácil obtener financiación y citas para futuros trabajos sobre ese mismo gen. “De hecho, encontramos que el número de nuevas publicaciones anuales que se centran en un gen dado es linealmente proporcional al tamaño de la literatura previa sobre él”, declaran los investigadores, y concluyen este tema con un interesante interrogante: “¿los investigadores están invirtiendo dinero, tiempo y esfuerzo en lo que es más importante o urgente, o en más de lo mismo, porque eso ganará de manera confiable subvenciones y aplausos?”
Esta especie de endogamia investigadora es, efectivamente, criticable, puesto que no está genuinamente al servicio del bien común y estaría impidiendo que numerosos avances positivos se puedan materializar. Sin embargo, el compromiso con el bien común, para que realmente funcione, debe ser un compromiso de todos. Las estructuras de financiación deben favorecer que los investigadores puedan salir de esa zona de confort y abrirse a posibilidades inexploradas, disponiendo de los medios necesarios para ello y sin el temor de que un resultado negativo pueda afectar negativamente a su trabajo.
Catálogo de la variación genética humana
El Proyecto Genoma Humano también ha ofrecido una forma de catalogar la variación genética humana, incluidos los polimorfismos de un solo nucleótido (SNP, por sus siglas en inglés), que constituyen pequeñísimas variaciones en el genoma presentes en al menos el 1% de la población humana (de lo contrario se consideran mutaciones puntuales) y que pueden asociarse con la susceptibilidad o resistencia de determinados individuos ante enfermedades o infecciones y con la respuesta a determinados fármacos. Así mismo, diversas iniciativas han trabajado en el desarrollo de estudios genómicos comparativos entre miles de personas que han dado lugar a los llamados “estudios de asociación de todo el genoma” (GWAS, por sus siglas en inglés), los cuales buscan asociar las variantes genéticas con los distintos rasgos variables, tales como la altura, la obesidad o la susceptibilidad a enfermedades complejas como la esquizofrenia. En la actualidad, se publican más de 30.000 artículos al año que vinculan SNP y rasgos.
Este tipo de avances ha propiciado el surgimiento de la denominada genética clínica. La medicina ahora puede contar con la información sobre el genoma del paciente y sus familiares para precisar diagnósticos y tratamientos. En bioética, diversas cuestiones se han planteado paralelamente a este desarrollo, relacionadas con la privacidad de los datos, el manejo de la información de acuerdo a los deseos del paciente y el difícil cálculo riesgo-beneficio de conocer el propio genoma, cuando aún no sabemos cómo interpretar esa información (ver más AQUÍ). Además, gracias al avance en nuestro conocimiento sobre el genoma y al desarrollo de las técnicas de edición genética, como CRISPR, la terapia génica por fin parece factible. No obstante, la aplicación de estas mismas técnicas en la línea germinal, es decir, sobre gametos y embriones tempranos, también aparece como una posibilidad, y desde 2015 ya se han realizado diversos experimentos de este tipo, que involucran la manipulación de cientos de embriones in vitro y su posterior destrucción, lo que bioéticamente es difícil de aceptar.
Descubrimiento de medicamentos
Antes de conocer la secuencia completa de nuestro genoma, el desarrollo de fármacos era muy diferente y costoso. Al principio, se basaba en gran medida en la casualidad, y progresivamente fue derivando hacia el diseño dirigido a objetivos moleculares concretos, pero con dificultad. Sin embargo, ahora los objetivos moleculares son conocidos para casi todos los medicamentos autorizados en los Estados Unidos cada año. No obstante, los investigadores han constatado que, al igual que ocurre con los estudios sobre genes, el desarrollo de fármacos se está centrando solo en unas pocas proteínas, aproximadamente el 10% de las proteínas reveladas como posibles dianas farmacológicas. “Podría haber muchas más proteínas que vale la pena explorar como objetivos farmacológicos, si los investigadores, patrocinadores y editores fueran menos reacios al riesgo”, lamentan los autores del trabajo que comentamos. Como decíamos antes, cuando se trata de avanzar por el bien común, no debería ser una cuestión de asumir riesgos, sino de consolidar un sistema que favorezca en todos sus niveles el emprendimiento de investigaciones innovadoras.
Lucía Gómez-Tatay
Observatorio de Bioética. Instituto de Ciencias de la Vida.
Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir.
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