El último informe sobre población del Instituto Nacional de Estadística, en el que se ofrecen datos definitivos relativos a 2018 y provisionales respecto del primer semestre de 2019, no deja lugar a dudas: España envejece.

Los datos estadísticos muestran que la pirámide poblacional española agudiza su inversión. Así, y a modo de ejemplo, nos encontramos : a) ante la cifra más baja de nacimientos desde que comenzó la serie histórica en 1941; b) con que actualmente, en España hay ya más personas de 75 años de edad que recién nacidos; c) que la relación entre adultos de 40 años y niños que nacieron durante el último año es de dos a uno, lo que significa que, cuando hayan transcurrido 30 años, cada adulto habrá de sostener, como mínimo, a dos pensionistas y e) que, y aunque las defunciones durante el pasado año también disminuyeron respecto de años anteriores, durante 2018 fallecieron en España más personas de las que nacieron.

Son muchos los factores que pueden justificar estos datos. Sin duda, como señalan distintos medios, la coyuntura económica influye en gran medida en la decisión de tener hijos. Pero no debe obviarse, como una de las posibles causas de la caída en el número de nacimientos, la significativa disminución de la tasa total de matrimonios, que continúa con su con su espiral descendente, ya que durante 2018 la tasa bruta de nupcialidad experimentó una caída estadística del 3,79%, y ello a pesar de la inclusión en estos números de los matrimonios entre personas del mismo sexo, que se incrementó en algo más de un 5% respecto de 2017. A la disminución de matrimonios entre personas de distinto sexo cabe añadir, además, el incremento de la edad media de la maternidad, que en 2018 se situó en los 32,20 años.

Es evidente que la inmigración contribuirá a paliar los efectos de este invierno demográfico. Sin embargo, todo apunta a la necesidad de tomar serias medidas en favor de la natalidad.