En un artículo publicado en la revista “Science” se hace eco de la problemática que subyace detrás de una de las actividades científicas con mayor futuro: la Investigación para la Precisión Médica (Precision Medicine Research) (PMR).
Esta nueva tendencia de la medicina moderna pretende, fundamentalmente, que las prescripciones terapéuticas se ajusten, cada vez más, a las características individuales de cada persona, utilizando para ello la información farmacogenética y farmacogenómica de que se disponga (aunque se plantea que también de ella pueden derivarse acciones preventivas y diagnósticas). Se busca, una vez más, avanzar en el aserto de que “no hay enfermedades, sino enfermos”.
Para ello, es necesario incluir en los estudios una enorme amplitud de poblaciones y la mayor diversidad posible entre ellas, para que no se produzcan sesgos en el muestreo.
El problema que suscita el PMR son algunos de los excesos que se han producido con él en el pasado (como cuando los nacionalistas blancos buscaron a través de la ascendencia genética apoyarse en una teoría de superioridad racial) y, sobre todo, los que se anuncian que podrían ocurrir en el futuro en cuanto a su organización y puesta en práctica.
Por ejemplo, ¿Quién define una población de estudio diversa y cómo podrían variar esas definiciones a través de diferentes actores institucionales? ¿Quién determina las métricas que constituyen una inclusión exitosa y por qué dentro de un consorcio de investigación?, ¿Cómo están las expectativas para el intercambio de datos y la armonización de los estudios individuales para la contratación y el análisis? En campos de investigación complejos, que incluyen múltiples investigadores, organizaciones y agendas, ¿Cómo se negocian las prioridades heterogéneas, incluso las que compiten entre sí?
Es, por todo ello, absolutamente esencial que todos aquellos que, de una u otra forma, participen en este desarrollo científico, no solo conozcan sus pros y sus contras y los beneficios económicos que se derivan de él, sino que, sobre todo, participen estructuralmente en la integración de cuántos comités científicos y éticos puedan ser necesarios para su total implementación. Como diría la conocida escritora J. K. Rowling: » Nunca confíes en alguien que pueda pensar por sí mismo, si no puedes ver lo que guarda en su cerebro”.
Y por ello, debemos actuar de forma que se garantice que la honestidad y la buena intención de las investigaciones no se verá perjudicada por la participación y protagonismo de los agentes que participan en el proceso. Se trata, una vez más, de que el paciente se vuelva agente y partícipe de sus propios problemas.
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