En un amplio estudio del “Institute for Family Studis (IFS)”, realizado por “Barna Groups”, que incluye 1097 adultos, realizado en abril de 2016, muestra que el 65% de los norteamericanos aprueban la cohabitación matrimonial, mientras que el 35% no, datos que no sorprenden si se tiene en cuenta que cerca del 70% de los estadounidenses cohabitan antes de casarse.

Pero ¿la cohabitación mejora los resultados de esos matrimonios? No parece que así sea pues:

-Los hombres que cohabitaban «para probar» tienen mayores índices de síntomas depresivos, ansiedad generalizada, problemas para depender de otros y ansiedad por temor al abandono.

– Las mujeres que declaran «probar» tienen mayor ansiedad de temor al abandono.

– Tanto hombres como mujeres, declaran un menor nivel de confianza en la relación, peor interacción y más agresión psicológica.

– Entre los varones que «prueban» se detecta más agresividad física y menos niveles de dedicación a la relación.

Stanley, autor del trabajo, admite que muchos de esos factores negativos estaban ahí antes de empezar a cohabitar… pero los cohabitadores se «enganchan» a ellos, los aceptan y piensan que cohabitando más «mejorarán» (o, más bien, que «el otro mejorará»).

«Lo que la gente ve menos en la cohabitación, es que hace más difícil el romper», insiste. No es es que se rompa menos: se rompe más que en las parejas de novios que sólo quedan y salen. Pero, además, se rompe más tarde y peor.

Los sociólogos llaman a esto «la inercia de la cohabitación». Esa inercia no solo implica que puedes alargar una relación tóxica o mala por la dificultad de «empezar de nuevo saliendo de esta casa», sino que hay parejas que pasan de cohabitar a casarse «por inercia». La ruptura llegará más tarde.

No hay estudios sociológicos que demuestren que cohabitar antes de casarse disminuye el riesgo de ruptura. Ni que los que cohabitan rompan menos que los que se casan. Los estudios muestran siempre lo contrario.

Solo recientemente hay algunos estudios que señalan que cohabitar no empeora (aunque tampoco mejora) los índices de ruptura del matrimonio, y se da solo cuando se suman estos factores: haber cohabitado solo con quien luego es tu cónyuge; haber empezado a cohabitar teniendo los dos muy claro, y haberlo declarado, que el objetivo era luego casarse; empezar esa cohabitación con más de 23 años de edad.

Pero «cohabitar con el objetivo firme y declarado de casarse después» no es muy común, en realidad. Normalmente, uno de la pareja lo desea, o espera, o le gustaría… y el otro prefiere no pensar mucho en ello, hasta que, quizá, «se desliza».

Stanley insiste que esa voluntad declarada de compromiso, de querer vivir siempre juntos, expresada, es lo que da firmeza frente a la ruptura. Esa voluntad declarada y firme es lo que debe haber en un noviazgo. Y el ritual de una boda y el apoyo público de la comunidad tiene, entonces, una eficacia objetiva y da una fuerza real en esos casos a la pareja.

Lo peor es que en la cohabitación uno queda «enganchado» y tarda en ver esas cosas y dar el paso a dejarlo. Cohabitar dificulta ambas cosas: detectar los problemas y cortar la relación: un piso que pagar, un coche compartido, quizá incluso hijos, etc…

«Hay muchas formas mejores de probar una relación que hacer algo que dificulta el romper porque te lo has imaginado todo. Es mejor seguir un curso sobre relaciones (por ejemplo, los cursos prematrimoniales anteriores incluso a prometerse en matrimonio), hablar de cómo será el futuro juntos y ver si sois compatibles saliendo en el noviazgo. Tomad el tiempo de ver a vuestra pareja en distintos ámbitos sociales», propone Stanley.