Han pasado treinta y cinco años desde que se estrenó la primera parte de la secuela de Blade Runner en 1982. Desde entonces, se han formulado multitud de preguntas a partir de esta historia que aún inquietan nuestra inteligencia. Pues, a pesar de que la realidad distópica de este film se sitúe en el año 2019 y no coincida exactamente con un presente tan próximo al nuestro, los problemas vitales de los replicantes[1] nos afectan como seres humanos. ¿Por qué? Puede que se deba al lema de la Tyrell Corporation[2]: más humanos que los humanos.

Continuando la historia del primer film, el pasado seis de octubre se estrenó en España Blade Runner 2049. Como en la primera parte, la pregunta por la humanidad de los replicantes sigue presente. Puede que, incluso, sea aún más urgente, porque la conducta y, sobre todo, la empatía que muestran los replicantes nos llevan a pensar que son más humanos que los humanos. Por ello, aquí se va a hacer una pregunta que va a guiar el análisis, nunca suficiente, de las dos partes de la historia de Blade Runner: ¿son los replicantes la apoteosis de lo humano?

Quizá una de las cosas más dramáticas que nos podemos encontrar es que poner en duda la humanidad de otros no sea una actitud muy humana. Puede que los humanos no sean consecuentes con su humanidad al cuestionar la de los replicantes. Pero para poder llegar a preguntarnos algo así, debemos analizar a los replicantes para ver si es verdad que son más humanos que los humanos. Es decir, si esa creación realizada por humanos supera a los creadores. De ser así, ¿qué derecho tendrían los seres humanos para retirar[3] a los replicantes si, de hecho, son más humanos que ellos?

1. ¿Por qué representan los replicantes una amenaza si son una mejora del ser humano?

Es posible que la respuesta se encuentre en la incapacidad de control que tienen los seres humanos sobre sus biocreaciones: la perfección de los replicantes implica que desarrollan, al final, una autonomía que altera las pautas que les han sido marcadas en sus diseños y, por ello, se convierten en una amenaza para el orden establecido.

Antes de analizar qué hace humanos a los replicantes es necesario detenerse en la palabra apoteosis, que es la que va a guiar nuestra mirada para iluminar la realidad de los replicantes. Esta palabra proviene del griego, ἀποθέωσις (apothéōsis)[4], y significa, en sentido estricto, deificación. Se ha elegido precisamente porque los replicantes son toda la perfección posible que hay de lo humano a nivel biológico. Por tanto, se puede decir que un replicante es más humano que lo normalmente humano y, por ello, es humano en sentido máximo. Así, si lo máximo es lo más perfecto y, filosóficamente hablando, lo más perfecto es lo divino, los replicantes, al ser la perfección de lo humano, son a su vez su deificación: la apoteosis. Pero hay otra razón por la cual se elige esta palabra aquí, como se verá.

El presente análisis va a estar dividido en dos partes y cada una de ellas va a consistir en una reflexión a partir de cada una de las películas. Aquí se analizará, por tanto, el filme de 1982, Blade Runner[5], y en la segunda publicación el de 2017, Blade Runner 2049.

2. Sinopsis de Blade Runner (1982)

No nos vamos a demorar en la historia que narra el filme, pues hay fuentes suficientes para consultarla en cualquier buscador de la red. Resumiendo, se centra en las vidas de cinco replicantes –Roy, Pris, Zhora, Leon y Rachael– y un Blade Runner –Deckard–. Todos estos personajes son diseños del Dr.Eldon Tyrell, fundador de la Tyrell Corporation, donde se producen los replicantes “Nexus” y los Blade Runners. Roy, Pris, Zhora y Leon son los replicantes que debe retirar Deckard, pues han iniciado una revuelta contra los humanos y van al encuentro de Tyrell.

Roy es el replicante más sofisticado, un Nexus-6, y Rachael es un prototipo del Nexus-7, lo que la hace aún más compleja. Ella, a diferencia del resto de replicantes, tiene implantes de memoria. En consecuencia, al tener una identidad narrativa, un pasado que da sentido a su presente, Rachael tiene dificultades para saber si es una replicante y solamente lo descubre porque Deckard se lo revela. El momento en el que Deckard conoce a Rachael, éste mantiene una conversación con Tyrell y se asombra de que Rachael pueda vivir sin saber qué es, es decir, convencida de que es humana cuando en verdad es una replicante. A su vez, puede verse a lo largo del filme que el propio Deckard tiene la incógnita sobre su identidad, sobre si sus recuerdos son reales y si su finalidad en la vida está clara, pues desde el principio del filme se ve claro que no está satisfecho con su vida y que no quiere ser un Blade Runner.

Lo que sí que está claro es que los replicantes y los humanos tienen conciencia de sí mismos. También lo está que los primeros, llegado un momento de su existencia, desarrollan procesos emocionales autónomos que los llevan a no seguir las directrices marcadas por sus diseños. Es decir, que se dirigen a sí mismos progresivamente y adquieren paulatinamente la libertad. Lo que queda por saber, después, es cómo dirigen sus acciones libres o hacia dónde. Junto con ello, la conciencia de su finitud hace que el miedo les invada y buscan, por ello, una solución al problema de la muerte.

3. La idea de la muerte y la rebelión del hombre moderno contra el Creador

Hay un momento del filme en el que Roy mantiene una conversación con Tyrell y le manifiesta que su mayor preocupación es la muerte. Después de llamarlo «padre», le pide que le aumente la vida, a lo que Tyrell le responde que eso no puede hacerse. Tras esto, el creador le dice a su creación que ha sido creada lo más perfectamente posible. Es decir, que dentro de su perfección está comprendida la muerte, el final programado de su vida, y que no cabe la vuelta atrás. Y añade: “la luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo y tú has brillado con muchísima intensidad, Roy”. A pesar del elogio de su creador, Roy, desesperado y dejándose llevar por el dolor que le produce la conciencia de la muerte, mata a Tyrell estrujándole las cuencas de los ojos con los dedos tras besarlo.

Cualquiera puede ver en el gesto de Roy la rebelión del hombre moderno contra el Creador, pues, al haber creado el mejor de los mundos posibles, ha introducido la imperfección en lo más perfecto posible y, en consecuencia, es el culpable de los males que acechan a la vida humana. Si Dios es así, es radicalmente maligno o torpe: ha introducido necesariamente la carencia, la miseria, y la imperfección en el curso del desarrollo del ser. El asesinato de la divinidad se convierte, así, en un acto de justicia universal. Si el ser humano se libra del ser necesario (ya sea maligno o torpe), abre la posibilidad de ocupar el espacio propio de lo divino y de cambiar las reglas que configuran la necesidad metafísica con su libertad. De este modo se consagra la libertad humana como el único principio fundante de su ser: la libertad es, por tanto, monárquica (mónon-arjé) cuando es así entendida.

El asesinato del creador realizado por Roy puede ser considerado como apoteósico, en cierto modo. Si se tiene en cuenta que la apoteosis es la elevación hasta lo divino, solamente estando a la altura del creador es posible acabar con él. Pero además, lo más llamativo es que un dios que puede morir manifiesta su mentira: un dios mortal no es dios alguno. Pero no podemos considerar el asesinato del creador llevado a cabo por la criatura como una acción apoteósica estricta. Pues la muerte sigue inscrita en el diseño de Roy y no puede librarse de ella. El poder de Tyrell sobre Roy sigue vigente a pesar de todo y la muerte rige, impidiendo la apoteosis de Roy. En este mundo, la mortalidad del creador y de la creación, se manifiesta la humanidad de ambos. Quizá la cuestión que se abre aquí es si Roy ha cometido un homicidio[6], al haber matado a un igual, pero no es oportuno tratarlo ahora.

De todas formas, no se puede concluir tan rápido que Roy no haya logrado una vida apoteósica. Como dice Tyrell, Roy representa una luz brillante, la más intensa y la que menos dura por eso mismo. La vida de Roy es totalmente luciferina. A semejanza del más perfecto de los ángeles[7], lucha contra el creador y, además, acaba con él. Pero el rostro luciferino de Roy no queda limitado por su acción atea. Hay que destacar la lucha que mantiene Roy con Deckard al final del filme. Es en este momento donde se decide la apoteosis de Roy, porque realiza una acción que está totalmente por encima de su diseño.

4. La simpatía y lo que hace humano al ser humano

Luchando por sobrevivir, Roy deja a un lado su condición y ayuda a Deckard, impidiendo que caiga al vacío. Antes de ayudarle, vemos un primer plano del rostro de Roy, que contempla a Deckard a punto de morir y lleno de pánico. Es entonces cuando le dice: “¿Es toda una experiencia vivir con miedo, verdad? Eso es lo que significa ser esclavo”. Acto seguido, lo agarra del brazo, ayudándole a subir. Aquí se puede decir que Roy se redime y que realiza una acción apoteósica. La conciencia de sí mismo como replicante es superada cuando siente empatía por el Blade Runner y le ayuda. Este momento es totalmente trascendente, pues unos instantes después Roy muere, porque así está programado. En la antesala de su final, afligido por la emoción que más le limita, el miedo a morir, es capaz de ver más allá de sí mismo cuando Deckard siente lo mismo que él.

La simpatía[8] de ambos es lo que los libera de sus diferentes diseños. En este sentido, la simpatía de Roy hacia Deckard lo separa de su condición de replicante y lo sitúa por encima de sí mismo, teniendo conciencia no solamente de sí, sino de otro diferente, ajeno, que no participa de su diseño. Esta acción se puede considerar apoteósica si se lee esta palabra de manera radical: como separación o elevación. Roy deja de ser un Nexus-6 por un momento y permite a Deckard ser visto como algo más que un Blade Runner. Ambos se identifican en la conciencia de su finitud, en el miedo a morir. Más bien en su amor a la vida. De hecho, Deckard cambia tras esto. Deja de perseguir a Roy, pues al perdonarle éste la vida ya no lo ve como un criminal, sino como un semejante que siente lo mismo que él y que le reconoce como igual.

Roy realiza una acción salvadora en la que se redime a sí mismo y a Deckard. Se ven liberados de sus diseños, dejan de estar sujetos a la necesidad por la cual se movían en la vida y pasan a verse de una manera nueva más elevada. Esa elevación queda simbolizada por la paloma que sujeta Roy en su mano al morir y que después emprende el vuelo. En ella vemos el símbolo de la paz, que contiene en sí mismo la superación del momento de lucha, de enemistad, y que manifiesta el alma renovada de Roy, libre por fin de la angustia. La luz inmensa que es Roy, su espíritu luciferino, cumple su papel e ilumina más allá de los límites de su ser, dándole a Deckard la oportunidad de vivir una vida nueva y dejar de ser, por fin, un Blade Runner. Ciertamente, nos encontramos ante algo apoteósico.

¿Cuál es el fruto de la simpatía, entonces? La apoteosis, la separación del diseño. Con otras palabras: la vida espiritual. La simpatía manifiesta la naturaleza espiritual de la personalidad de los replicantes, ya sean Nexus o Blade Runners. La simpatía despierta, así, el nivel más elevado de la vida personal de los replicantes, pues les ayuda a ver más allá de sí mismos, de su mera conciencia individual o de grupo que solamente busca sobrevivir. De este modo, la simpatía es en la historia de Blade Runner el camino que conduce a un nivel de conocimiento superior, que no se queda en lo inmediato, en la mera supervivencia específica o colectiva. La simpatía permite trascender el límite del yo para ser-con aquel que es diferente a nivel de diseño.

La simpatía hace que sea posible hacerse uno con el otro, descubrir al otro dentro de uno mismo, porque padece como yo: se penetra en el alma del otro y nos unimos a ella. De este modo, lo que estaba reducido a la necesidad se separa y se eleva hasta el nivel de la libertad. Roy es capaz de trascender el rostro de Deckard y ver más allá de su condición de Blade Runner. Contempla a un ser que padece como él, lo conoce, separa su alma de su diseño al conocerla, y se identifica con Deckard: los dos tienen miedo a la muerte. Entonces, Roy perdona a Deckard y es libre para morir en paz. En este sentido, puede verse esa luz perfecta del diseño de Tyrell: Roy es capaz de superarse, aunque sea por unos segundos, y vivir una libertad plena. Perdonando a Deckard y dejándolo vivir, lo ama, pues busca su bien, del mismo modo que lo busca para sí mismo.

El amor inesperado de Roy por Deckard puede servirnos de apertura para concluir esta primera reflexión sobre la apoteosis de lo humano en Blade Runner. Es oportuno hilar ese amor redentor y simpático con el amor que manifiestan Rachael y Deckard. En el orden de la historia, ambos se aman antes de que Roy salve a Deckard. Desde que se conocen, la atracción es evidente. Pero esa atracción es más apoteósica que la emoción del miedo, que es la que une a Roy y Deckard.

El amor que siente Rachael por el Blade Runner la lleva a matar a otro replicante para salvarle la vida. En concreto, mata a Leon disparándole en la cabeza cuando éste intenta estrangular a Deckard. Después van juntos al piso de Deckard. La conversación que mantienen es muy relevante, pues allí se sinceran. Deckard renuncia a perseguirla, pues le debe la vida. Rachael también salva a Deckard de ser un Blade Runner, entonces. Paradójicamente, los replicantes salvan a Deckard de ser él mismo.

El momento clave de esta escena es cuando, estando dormido Deckard, Rachael comienza a tocar el piano que hay en la casa y él se despierta. Es muy importante, pues Deckard no sabe tocarlo y Rachael no sabía que podía hacerlo. De hecho, dice: “no sé si soy yo o la sobrina de Tyrell”[9]. Antes de que ella le diga esto, Deckard le dice que estaba soñando con música. Revela que Rachael ha penetrado su interior, sus sueños, lo más íntimo de sí mismo y que no puede controlar.

La música que ambos conocen inconscientemente nos dice que Rachael y Deckard son almas gemelas: su inquietud, su búsqueda, estaba destinada a descubrir al otro. Rachael tiene la clave de la vida de Deckard y él tiene la de ella. El amor del uno por el otro ilumina la identidad confusa que no pueden ver cuando están solos y que, juntos, es clara. La mirada del otro hace que el yo, que es oscuro y opaco, se vuelva transparente y pueda verse el quién que uno es en el otro.

La auténtica apoteosis, pues, es el amor que supera todo diseño, toda diferencia, y que eleva lo que estaba dividido hasta una nueva identidad compartida. El amor nos dice que la conciencia no es un monólogo[10], sino un diálogo[11]: es a través del otro como se revela la identidad. El amor nos lleva a concluir que realmente la identidad no es algo atómico o individual: la identidad es una co-identidad. Pero, además, el amor es estrictamente apoteósico, pues lleva a separar de manera exclusiva a los amantes de todo lo demás. Se ve al otro como si fuera único, irrepetible en el orden del mundo, y se lo saca llevándolo más allá hasta hacerse uno con él en el corazón propio.

La simpatía del amor permite a los amantes ser en el otro y con el otro. ¿No es esto suficiente para responder a la pregunta que se planteaba al principio? ¿Cabe alguna duda de que los replicantes son la apoteosis de lo humano? Con ellos queda manifiesto algo radical: Tyrell ha creado la posibilidad de que sean más humanos que los humanos porque han desarrollado un alma propia juntos. Los replicantes son personas. Hay aquí una auténtica apoteosis, una deificación, pues no solamente se ha manipulado y perfeccionado la biología: se ha creado vida, algo restringido a lo divino. Pero esa vida ha ido más allá de todo lo previsto, porque ha logrado una libertad nueva y mejorada. El amor de Rachael y Deckard da comienzo a un mundo nuevo, donde lo humano puede ser perfectamente como nunca antes había sido: ellos son, verdaderamente, la apoteosis de lo humano.

5. Reflexión crítica de la noción de persona

La conclusión a la que se ha llegado a partir de la película es que los replicantes son personas. Parece que esto es demasiado radical, pues se supone, así, que cabe hacer una copia o reproducción de la persona humana a través de la tecnología. Pero cabe preguntarse si el ser humano tiene ese poder. Además, hay que ver si la persona humana cabe reducirla a la noción de conciencia que baraja la modernidad y que acuñó Descartes con el cogito, el pienso, luego soy. ¿Es posible determinar el ser de la persona meramente con una conciencia que detecta contenidos eidéticos dentro de sí misma? ¿Esos contenidos son reales? Si aceptamos esto, hay que concluir con Descartes que el individuo es realmente una res cogitans, una cosa que piensa. Si solamente se es una cosa que piensa, es posible decir que los replicantes son personas, independientemente de que el contenido de su conciencia sea real o no. Como el filósofo francés, los replicantes también dudan sobre sí mismos y solamente tienen la certeza de que piensan, sueñan y sienten. Pero si atendemos más a fondo a la noción de persona, que es aquello que resuena por sí mismo en el mundo y dentro de sí, en su intimidad, esta noción (res cogitans) es insuficiente.

¿La persona es su conciencia? ¿La conciencia es una sustancia que subsiste por sí misma y con la que podamos identificarnos? Ese es el camino que ha intentado recorrer el racionalismo moderno y que ha culminado en el proyecto idealista de Hegel, cuyo empeño por lograr identificar el sujeto y la conciencia en un único objeto de pensamiento ha acabado en fracaso: realmente, la conciencia no existe fuera de sí, está enclaustrada si se busca lograr esa identidad. De ahí el empeño nietzscheano por negar el pensamiento, la idea pensada, para vivir una auténtica vida volcada en el tiempo. Una noción de individuo fundamentada en la identidad sujeto-objeto termina en un callejón sin salida desesperante. La solución a ese callejón es negar la razón y vivir una voluntad ciega que busca ser absoluta.

Para no caer en ese reduccionismo radical e irracional, es necesario distinguir el pensar de lo pensado. Desde ese pensar que no se reduce meramente a pensar contenidos y que busca su réplica encontramos un camino que supera la razón moderna y que recupera la sabiduría clásica: nos abrimos a la realidad que está más allá de nosotros mismos. Así es posible encontrarse con el otro, al que yo no puedo dominar con mi pensamiento: Dios, las otras personas y el mundo. Es necesario, por tanto, reconocer la ignorancia que uno tiene de sí mismo para encontrar en la apertura a los otros el camino para descubrir la propia identidad y no reducirla a un constructo ideal que no responde a la pregunta por quiénes somos. Esto está planteado, en cierto modo, en el filme que se ha analizado aquí, pero el salto que se realiza prescinde de la noción de persona que se acaba de tratar.

Por tanto, a pesar de las intuiciones personalistas del film, no cabe concluir que realmente los replicantes sean personas. ¿Por qué? Precisamente porque esa experiencia de apertura al otro se tiene desde la realidad filial de la persona: se es persona cuando se es hijo. Los replicantes carecen de esa realidad radical. De ahí que sea necesario implantar una memoria ficticia para que las dudas que tienen sobre su identidad sean más o menos disueltas en los recuerdos confusos que tienen de su infancia.

Además, debemos preguntarnos algo al respecto desde la teología. ¿Es posible crear vida tal y como se plantea en la película? ¿Cabe la posibilidad de crear una persona con la tecnología? La radicalidad de la vida personal se encuentra en la vida misma de Dios. Es decir, solamente desde la sobreabundancia de la vida divina es posible crear una persona ex novo y de la nada. El Amor trinitario es la fuente auténtica de la novedad que es cada quién. Esa realidad divina no cabe imitarla ni replicarla con la técnica humana. De modo que la cuestión de la creación de la novedad que es cada persona queda restringida al ámbito del misterio del acto creador de Dios. Estrictamente, el ser personal humano encuentra la respuesta a su razón de ser en la relación originaria con Dios. Y hablando en clave cristiana, la deificación de la persona humana es gracias a la mediación de la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo. En la persona de Jesús de Nazaret encontramos la unión de las dos naturalezas, la divina y la humana, y es desde Él como conocemos la auténtica perfección de la naturaleza humana: aceptando la filiación divina como la verdadera respuesta a la pregunta por nuestra identidad y perfeccionamiento.

Rafael Monterde Ferrando

Observatorio de Bioética

Instituto de Ciencias de la Vida

Universidad Católica de Valencia

 

[1] Para aquellos que no hayan visto la película, los replicantes son los bioproductos de la Corporación Tyrell, diseñados para cumplir funciones que los seres humanos en condiciones normales no realizarían. Es decir, esclavos hechos a medida de las necesidades de los creadores. Su apariencia y conducta es, en buena medida humana, lo que lleva a cuestionarse si realmente es legítimo dudar de su humanidad.

[2] Es la empresa encargada de producir los replicantes.

[3] “Retirar” es el concepto usado por cazadores de replicantes o Blade runners cuando capturan o ejecutan a un replicante.

[4] «Apoteosis» es separar de lo ordinario, lo mundano, para elevar hasta lo divino.

[5] Es importante destacar que en este análisis se toma como referencia la versión final del director, en la que se da por hecho que los Blade Runners son replicantes, pues en la segunda parte de la secuela es evidente que es así.

[6] Sobre la etimología de la palabra homicidio hay debate. Es una combinación de dos palabras: homo- y    -cidium. La segunda es el verbo caedere, que significa matar. La primera es sobre la que se puede debatir. Homo- puede entenderse desde el latín o el griego. En latín significa estrictamente hombre, pero en griego significa igual. Por tanto, puede entenderse la palabra homicidio como matar a un igual. Si acudimos a la RAE, esta segunda definición coincide con lo definido en el Diccionario: muerte causada a una persona por otra.

[7] Lucifer, también llamado Satanás, que se sublevó contra Dios diciendo «non serviam!», no serviré.

[8] Simpatía, que proviene del griego συμπάθεια, significa participar de una emoción de manera conjunta. Es la unión por un mismo sentimiento. El prefijo syn– es ‘reunir’ y pathos es ‘pasión’ o ‘emoción’.

[9] Supuestamente, los implantes de memoria de Rachael son de la sobrina de Eldon Tyrell.

[10] Solos somos inidénticos.

[11] El prefijo dia- en griego significa a través. Logos es palabra o razón. Está vinculada con la raíz indoeuropea leg-, que es reunir o escoger.