Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano
Autor: Antonio Diéguez
Herder, Barcelona. 2017
Reseña Bibliográfica: Rafael Monterde Ferrando
El sufrimiento que provocan las enfermedades y el deterioro que padecen los seres humanos nos han llevado a buscar soluciones y paliativos para afrontarlos dignamente. Que la vida humana necesita una respuesta ante la pregunta por el final de la misma es evidente. Fue Platón el que planteó la filosofía como una meditación sobre la muerte. Pero el tiempo no ha sido suficiente para solucionar la cuestión y, después de más de dos mil años desde que el filósofo griego elaborara su filosofía, seguimos buscando la manera de hacer frente al poder de la muerte.
Parece que en pleno siglo XXI tenemos conocimientos y medios tecnológicos suficientes para encontrar alternativas que permitan vivir con mayor bienestar y frenar el avance del deterioro físico al que estamos sometidos por la naturaleza. Así aparece el transhumanismo como corriente de pensamiento que busca, mediante la tecnología, mejorar al ser humano para superar sus limitaciones biológicas y lograr una vida más perfecta.
El filósofo Antonio Diéguez se sumerge en el debate abierto por el transhumanismo en la presente publicación: Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Escrito con una claridad meridiana, el trabajo de Diéguez introduce al lector en las cuestiones fundamentales del transhumanismo y le ayuda a conocer los recovecos de esta corriente cultural. Sin duda alguna puede afirmarse que el transhumanismo va a ser uno de los grandes motores de debate intelectual en lo que queda de la primera mitad del siglo XXI: primero, por el entusiasmo que suscitan sus promesas de mejoramiento humano; segundo, por el impacto económico y los beneficios que pueden aportar los resultados de las investigaciones que se pueden llevar a cabo y las múltiples aplicaciones que pueden ser puestas en el mercado como productos.
El libro de Diéguez está dividido en cinco capítulos: el primero (¿Qué es el transhumanismo?) recorre los planteamientos y aspiraciones principales de la corriente, así como sus diferentes modalidades; el segundo (Máquinas superinteligentes, cíborgs y el advenimiento de la singularidad) se ocupa de una de las líneas fundamentales del transhumanismo y ahonda en las posibilidades factivas que ofrece la tecnobiología para lograr la síntesis del ser humano y la máquina, es decir, llevar a cabo una auténtica antropotécnica y una civilización en la que la inteligencia artificial (IA) ayude a conseguir una sociedad plenamente humana o, más bien, transhumana; el tercero (El biomejoramiento: eternamente jóvenes, buenos y brillantes) se ocupa de las posibilidades e impacto social que puede llegar a tener la biotecnología y cómo mediante la biología sintética se buscan consumar los objetivos del transhumanismo en una de sus vertientes más importantes; el cuarto (Hay que saber qué desear) se pregunta si acaso el problema no sea tanto la búsqueda del mejoramiento tecnológico del ser humano cuanto una crisis del deseo, puesto que no se sabe realmente qué hay que desear para lograr una auténtica satisfacción en la vida humana; el quinto (Conclusiones: enfriando promesas) es una reflexión del autor sobre las posibilidades actuales y reales del transhumanismo: Diéguez no pone en duda que se pueda lograr un mejoramiento del ser humano gracias a la tecnología, pero sí que apuesta por la prudencia y por la reflexión para ver las consecuencias de las aplicaciones de los posibles descubrimientos que puede aportar la investigación motivada por el transhumanismo. El autor considera, además, necesario preguntarse por los fines del transhumanismo, es decir, marcar un propósito más concreto y menos utópico que permita fijar metas factibles que no desprestigien la labor investigadora de aquellos que realizan un arduo trabajo y que se ven coaccionados por las tremendas expectativas especulativas que se elaboran dentro de la corriente transhumanista.
Las críticas de Diéguez al transhumanismo son sutiles. Desde una postura razonable, entiende que la tecnología puede ayudar a perfeccionar el bienestar del ser humano. Pero, como indica en uno de los capítulos de su libro, la crisis de deseos que caracteriza nuestra cultura hace que no se pueda discernir con claridad el fin que guía la causa del transhumanismo ni el impacto social que pueden provocar sus pretensiones.
El filósofo hace una apuesta por la prudencia intelectual para analizar la corriente arrolladora del transhumanismo y preguntarse por el fin de sus objetivos. Pone en cuestión que realmente sean deseables las promesas transhumanistas, sobre todo para no dejar a un lado nuestra capacidad de crítica para que la imaginación no se confunda con la realidad. Por ello dice que es importante tener en cuenta la concepción antropológica que late en el pensamiento transhumano, ver su concepción de la Historia y, puede que sea este un asunto de extrema importancia, cuál es el papel del cuerpo humano para relacionarnos con la naturaleza y para llevar la vida humana a su plenitud. Un análisis antropológico que no lleva a defender necesariamente una determinada concepción de la naturaleza humana.
Una de las dudas que se plantea Diéguez es el sentido de la inmortalidad. ¿Es deseable? ¿Acaso eso va a suponer una mejora en nuestra vida? ¿Nos hará más felices? En caso de aburrimiento, ¿se recurre al suicidio? También se hace la siguiente pregunta: ¿el transhumanismo no es, acaso, una desmesura? Puede que lleve de manera inequívoca al problema de la generación definitiva, es decir, aquella que definitivamente permanezca sobre la Tierra a diferencia de las anteriores, que no han tenido la oportunidad de permanecer vivos.
Además de estas dudas, dice el autor en el libro que las demandas de los mercados guían la producción científica de una manera frenética, pues la financiación en la investigación condiciona los objetivos a seguir. De modo que no hay que caer en la ingenuidad de pensar que las promesas transhumanistas no están condicionadas por el afán de beneficio particular y que buscan el bien general del ser humano de manera altruista. El economicismo en la investigación científica lleva consigo un negocio de promesas que crea espejismos en la búsqueda de resultados en la ciencia. Por ello, no son pocos los científicos vinculados a la causa transhumanista que se han distanciado de las promesas de sus principales apologistas, como es, por ejemplo, Nick Bostrom.
Así con todo, Diéguez propone tener en cuenta a la hora de investigar el transhumanismo la motivación económica que lo guía, el impacto social que pueden llegar a suponer las aplicaciones de los resultados obtenidos en las investigaciones, una sana crítica desde las Humanidades y una visión realista de las posibilidades auténticas del transhumanismo, sin caer en el espejismo de las promesas especulativas. Asegura, además, que el debate sobre la biología sintética es una exigencia de la sociedad y que va a ser un debate central en los próximos años. Según el criterio del autor, es un error pensar que el debate perjudica a la investigación científica.
Sobre el autor
Antonio Diéguez Lucea es doctor en Filosofía y catedrático de Lógica y Filosofía de Ciencia en la Universidad de Málaga. Ha sido profesor invitado en la Universidad Autónoma de México e investigador visitante en las universidades de Helsinki, Harvard y Oxford. Sus líneas de investigación han estado centradas en la Filosofía de la Tecnología y de la Biología. En los últimos años ha estado interesado por el transhumanismo.
Tema interesantísimo. A mi principalmente me interesa la conexión entre biología sintética y transhumanismo. Creo que hace falta mucha reflexión sobre la biología sintética, una gran desconocida y que se ha colado ya en la sociedad sin ningun tipo de conocimiento ni de debate por parte de la misma.