Catholic Bioethic for a New Milenium – Bioética Católica para el Nuevo Milenio
Autor: ANTHONY FISHER – Obispo de la Iglesia Católica en Sidney, Australia, miembro de la Academia Pontificia por la Vida y profesor de bioética en la Universidad de Notre Dame.
Editor: Cambridge University Press, New York, USA – 2012 – 330 págs.
Idioma: Inglés
La portada presenta una vidriera de la Catedral de Chartres, en el que figuran varias escenas sobre la atención que prestó Nuestro Señor Jesucristo, durante su vida terrena, a los enfermos. La armonía de los colores y las formas resaltan el mensaje de amor y dedicación al enfermo que la vidriera trasmite.
El autor, trata los grandes temas de la bioética, desde las ciencias naturales, la filosofía y la teología, respetando rigurosamente la autonomía de cada una de ellas. Por ejemplo, al referirse a la dignidad intrínseca del cuerpo humano, defiende el hilemorfismo – el ser humanos se halla constituido por dos principios esenciales por materia y forma, esta última es la substancia espiritual, el alma – lo que fundamenta filosóficamente, pero cuando afirma el carácter casi sagrado del cuerpo humano, lo argumenta desde la teología católica, que considera al hombre hecho a imagen y semejanza de Dios y llamado a compartir en su integridad la Naturaleza Divina.
El libro realza la importancia de la bioética católica, no solo como referente de la religión que ha elevado a la máxima expresión la dignidad de cada ser humano -desde su incipiente estado de desarrollo como embrión a su decrepitud, en las etapas finales de la vida, así como de aquellas personas privadas del uso de razón, incapaces de comunicarse y que no responden a ningún estímulo externo – sino también, como afirma el autor, por ser “La Iglesia Católica la más antigua y mayor institución proveedora de salud del mundo. Tiene más de 5000 hospitales, 24.000 clínicas y otros centros de salud, atendiendo a más de 775.000 residentes en todo el mundo y empleando a más 1.000.000 de funcionarios de la salud.” Pág. 279.
El contenido del libro se divide en cuatro partes que describimos a continuación.
La primera se titula, ¿Cómo debemos hacer bioética?
En el primer capítulo de esta parte, se abordan los “desafíos y los recursos” del nuevo milenio, el sexo y la vida en la post modernidad, el compromiso del católico con la cultura moderna y el prometedor desarrollo de la biomedicina, a pesar de los graves abusos que se dan en esta disciplina.
Presenta, después, la realidad de la bioética en el mundo, con sus claros y oscuros, dedicando, una parte importante, a describir la cultura de la muerte que impera, principalmente, en los países desarrollados. Con numerosas citas y ejemplos describe esta lamentable realidad contemporánea, sin el conocimiento de la cual, sería muy difícil delinear el papel de la bioética católica y la responsabilidad de cada creyente y de cualquier persona, que más allá de su posición religiosas o filosóficas, defienda la vida y la dignidad humana en nuestras sociedades.
Mons. Fisher analiza la situación de la opinión pública en lo que se refiere a la vida y la familia, incluyendo el pensamiento predominante entre los cristianos de hoy, basándose en fundamentados estudios, aseverando que, “La proporción de gente que ve el matrimonio y los niños como una carga opresora se ha multiplicado por dos en esta última generación. El mismo estudio muestra que la proporción de gente que ve el sacrificio como una virtud moral positiva, ha caído a la mitad. (Pew Research Center, Washington, ‘As marriage and parenthood drift apart…July 2007). El sacrificio y la obligación, han desaparecido del vocabulario de nuestras sociedades occidentales, ahora se habla de autonomía, elección del propio estilo de vida, derechos y preferencias…Si esto es así en el mundo laicizado, es también una realidad entre la personas religiosas [el subrayado es del autor]. Vagos recuerdos de historias y mandamientos, las costumbres y el vocabulario es compartido con los de la sociedad laica contemporánea…lo que produce una cómoda y amigable ética, que tiene poco en común con la fe y la práctica cristiana…” pág.16.
Mons. Fisher afirma: “El holocausto del aborto – como algunos han querido llamarlo – que afecta a millones de niños y a sus madres, continúa expandiéndose y muchos países del ‘Primer Mundo’ se están movilizando para restringir el derecho a la objeción de conciencia, que no permitirá abstenerse a colaborar con el aborto y por otra parte, surgen iniciativas para forzar a las naciones, con bajos índices de aborto, a incrementar el porcentaje de estos.” Pág.17.
Con el título de La conciencia y la crisis de autoridad, recapitula las enseñanzas del Magisterio sobre las diferentes prácticas de la biomedicina que comprometen la vida y la dignidad de hombre y analiza el concepto relativista de “conciencia” post moderno, afirmando que la Iglesia no impone sus enseñanzas, sino que se dirige a las conciencias para orientarlas en la recta razón y en la coherencia a la ley divina, ante las complejas situaciones que se plantean.
Concluye esta parte, haciendo referencia a la cooperación con el mal, con ejemplos de la historia y de actualidad, concluyendo que la manera de evitarla es no caer en el pecado de omisión, defendiendo la vida humana y la dignidad del hombre, allí donde se presente la ocasión. Considera también la responsabilidad de las sociedades y de los políticos ante la defensa de la vida.
Continúa aseverando que, para el católico, el comienzo de la vida y la muerte natural, no es un tema opinable, sino que obliga en conciencia. Lo que está en consonancia con los documentos del Vaticano y el “Catecismo de la Iglesia Católica”.
En la parte segunda trata del Comienzo de la vida, afirmando que el acto conyugal, es la única forma digna y legítima de procrear, excluyendo la fecundación extra corpórea y se refiere a la cultura postmoderna, que pretende una procreación sin sexo y un sexo sin procreación.
Más adelante el autor, describe con solvencia el proceso de fecundación, basándose en “la rica colección de información biológica acerca de las primeras etapas del desarrollo humano” pág. 104, en la que fundamenta, más adelante, su argumentación filosófica y teológica.
Se refiere después a diferentes objeciones a la identidad y unicidad de esa nueva realidad que surge de la fecundación, afirmando: “Está científicamente comprobado que la fusión del espermatozoide y el óvulo se da en un ‘instante’, en el cual se forma el zigoto, una nueva célula con una exclusiva composición genética y conestitución molecular, que desarrolla, desde el primer momento, un comportamiento propio.” pág.108. Continúa el autor, tratando, con la más actualizada información científica, las características del zigoto, célula distinta de sus progenitores y con características genética que permanecerán hasta el final de su vida, la gemelación, la calidad de persona atribuible a esa primera célula, etc.
Transcribimos a continuación un párrafo que nos parece de particular interés: “La integridad organizada que encontramos en el embrión concuerda con la opinión de que hay un alma humana presente desde la concepción.” y el autor continua con esta sugestiva cita, “Si nosotros entendemos el alma humana como el elemento que establece su diferenciación con la formas menos desarrolladas de vida, debemos también tenerla en cuenta desde el mismo comienzo de nuestra vida. El desarrollo del ser humano desde la fecundación a su plena madurez tiene un propósito, que no puede ser suficientemente explicado como un mero proceso bioquímico, de la misma manera que la bioquímica tampoco explica satisfactoriamente el mismo ser humano…En cualquier desarrollo determinado hacia un fin, el fin está de alguna manera presente en el comienzo, dirigiendo el desarrollo hacia su fin. (Towards a theology of procreation: an examination of Domun Vitae, W. Daniel, págs. 66-68)”
En el último capítulo de esta parte (Beginning of life) se refiere a la terapia con células madre, que, en coherencia con lo arriba expuesto, no podrían provenir de células embrionarias porque para obtenerlas es necesario destruir un embrión humano.
Aborda también aspectos económicos de la fertilización in vitro que abandona a millones de embriones, seres vivos nuestra propia naturaleza, aprisionándolos en cámaras de crioconservación y privándoles, en su gran mayoría, de la oportunidad de desarrollarse.
El autor después de haber dado abundantes datos de las más recientes investigaciones sobre el embrión y presentar una sólida argumentación filosófica, pasa a exponer la doctrina de la Iglesia sobre éste citando los grandes documentos del Vaticano y el “Catecismo de la Iglesia Católica”, afirmando: “La Iglesia no solo se expresa a través de estos pronunciamientos públicos sino, también, por la sustancial colaboración de sus miembros en la asistencia médica, en la enseñanza e investigación bioética. Los católicos de todo el mundo se aúnan con todos aquellos que esperan que los nuevos desarrollos de la biotecnología y de la medicina mejoren la salud para el bien de todos. Estamos convencidos de que hay maneras de conseguir estos resultados sin comprometer la vida y la dignidad humana.” Suscribimos estas oportunas declaraciones de Mons. Fisher.
Dedica, más adelante, un capítulo entero a las actuales discusiones en torno al aborto, sus efectos psicológicos en la madre que abortó, el aborto eugenésico, la píldora del día después, etc. Terminado con esta frase: “Con palabras y hechos vivimos para que un día volvamos a poder usar la antigua metáfora sobre la protección: ‘tan seguro como un niño en el vientre de su madre’.”
La tercera parte versa sobre “El final de la vida”, comentando su eminente papel en la bioética católica y en torno a la cual se vienen suscitando fuertes controversias.
Comienza, refiriéndose a los recientes avances de la neurociencia, que demuestran que el proceso de la muerte no es tan rápido y definitivo como se pensaba, analiza la donación de órganos, valorizando este gran avance biomédico, que permite salvar muchas vidas, pero que puede presionar a los funcionarios de la salud a actuar con precipitación ante la necesidad de obtener un órgano útil. Aborda también, el tema desde la biopolítica y la biojurídica.
Más adelante, hace un análisis bioético de la afirmación, de que no habiendo testamento legal se puede suponer que habría un consentimiento implícito, lo que permitiría usar, según la necesidad, los órganos de una persona diagnosticada como muerta. Lo que de hecho es una práctica común en algunos países, incluido España. También, hace un análisis ético de la “donación” de órganos, que normalmente se atribuye a los familiares del fallecido, resaltando que la donación de órganos es un acto personalísimo que, en principio, solo es válida cuando ha habido una manifestación explícita del fallecido , tema muy interesante, si consideramos que el cuerpo humano no puede ser considerado objeto de un legado.
Con el subtítulo “La santidad de la vida y la Imago Dei”, el autor trata la eutanasia y el suicidio, desde la perspectiva cristiana en una cultura marcada por la crisis de esperanza y desvalorización de la vida de los enfermos incurables y de los que padecen sufrimientos. Da ejemplos contundentes de las posibles reacciones ante la inalienable integridad de la persona humana y la inviolabilidad de la vida, refiriéndose primero a un hombre dentro de un coche en llamas que no puede ser rescatado y pide que le eviten esa espantosa forma de morir y el más común, de una madre que está considerando el aborto porque su hijo es anencefálico y afirma, “que aun los que tienen claro el principio de la inviolabilidad de la vida, ante casos como estos son tentados a hacer excepciones. Para muchos estar en contra de matar en estas circunstancias”, dice el autor, “sería superstición, insensibilidad o cobardía.” pág.220. Después da su opinión, afirmando, que en situaciones así, no se puede atentar contra la vida, por el principio católico de la sacralidad de la persona humana y la inviolabilidad de la vida, de la cual solo Dios puede disponer.
Concluyendo esta parte sobre el fin de la vida, aborda el delicado tema de cuando se debe suspender la alimentación artificial al enfermo terminal, señalando que la posición más frecuente, incluso entre los católicos, es dejar de alimentar artificialmente cuando el paciente pierde la conciencia. Mons. Fisher se opone a esta práctica y afirma: “Sería ingenuo pretender que la teología moral católica esté preparada para contraatacar a aquellos que sostienen que a falta de ejercicio de la autonomía racional (y la casi imposibilidad de volver a ella) es irrelevante si es alimentado o no, o afirman, decididamente, que no deben ser alimentados. Los cristianos sufrimos nuestras propias versiones de utilitarismo y dualismo, que impiden una acción conjunta y eficaz en defensa de la santidad de la vida de este tipo de enfermos terminales. Argumenta, que la doctrina católica sobre “el respeto al más débil, los menos respetables y con menor calidad de vida, debe aplicarse en estos casos demostrándoles una particular simpatía y protección.”, en los que debemos valorar “su intrínseca nobleza metafísica más que sus aparentes nulas facultades intelectuales” pág.241. Sigue el autor mostrando lo que la tradición católica nos dice con el ejemplo, tanto de los santos de otras épocas, como contemporáneos y particularmente con el testimonio de la Madre de Dios que ante su Hijo crucificado (Stabat mater dolorosa) estaba junto a Él amando y rezando.
Como católicos apoyamos estas afirmaciones de Mons. Fisher, porque creemos que hay momentos en que el enfermo parece no percibir nada del mundo que lo rodea y es cuando más debemos arroparlo.
La Cuarta parte la titula, “Protegiendo la vida”.
En esta parte el autor se refiere a las diferentes instituciones católicas que tienen como fin el cuidado del enfermo, hospitales, asilos, clínicas y un largo etcétera.
Muestra que muchas de esas instituciones han dejado de ser dirigidas por las religiosas, dada la falta de vocaciones y las presiones de las políticas de salud del Estado que las han hecho evolucionar hacia una prestación de servicios de la salud que se rige por los paradigmas vigentes, contando con una buena plantilla profesional y un buen servicio de hotelería, asumiendo, algunas veces, cierta renuncia a su identidad católica. Afirma después Mons. Fisher: “Otras mantienen sus tradiciones católicas, ofreciendo un alto nivel de atención asistencial, con el riesgo de quedar marginadas de las grandes instituciones médicas.” pág. 275.
Continúa describiendo el pensamiento de la Iglesia sobre la atención hospitalaria y médica en general y su vocación de servicio desinteresado, de atención espiritual y de la opción preferencial por el enfermo y el desvalido.
Concluye esta parte del libro con un interesante análisis de la biopolítica y de la responsabilidad del político católico ante los requerimientos de la bioética católica.
Recomendamos vivamente la lectura de este libro que, en nuestra opinión, es un valioso aporte a bioética en general y particularmente a la bioética católica, dando una visión de conjunto de los grandes desafíos del milenio, los valores que deben animarla y los argumentos para responder con solvencia y convicción a los grandes temas de la bioética actual.
Agradecemos a Mons. Anthony Fisher su inapreciable contribución a la bioética católica que sabemos será, también, apreciada por muchos no católicos que defienden la vida humana y la inalienable dignidad del ser humano y que verán con alegría el despliegue la de sólida doctrina, la más actual información científica y los lucidos argumentos en defensa de la vida humana y la dignidad inviolable de la persona.
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