Como consecuencia fundamental de la fecundación in vitro han aumentado  considerablemente los embarazos múltiples, aunque también hay otras circunstancias como por ejemplo, la estimulación ovárica y la inseminación intrauterina, que pueden propiciarlos.

Es ampliamente admitido que los embarazos múltiples aumentan el riesgo de problemas médicos, tanto para los fetos como para las madres.

Por ello, se ha intentado regular el número de embriones implantados, para tratar de reducir el número de embarazos múltiples, especialmente cuando parece que el número de embarazos y nacidos vivos no es inferior si se implanta un solo embrión que si se implantan varios, (Fertil Steril 95; 491, 2010), aunque no todos están de acuerdo con esto.

Consecuentemente algunos países regulan por ley que no puedan implantarse  más de 2 o 3 embriones, aunque en cambio en otros no existe regulación legal sobre ello.

De todas formas, lo que es indudable es que los embarazos múltiples siguen produciéndose y consecuentemente se intenta “solucionar” el problema tratando de eliminar algunos fetos para así aumentar las posibilidades de vida de los que quedan, o del que queda,  tras  la reducción.

Pero antes de seguir adelante conviene distinguir lo que significa, reducción de fetos,  de lo que significa, terminación selectiva (Reproductive BioMedicine Online, 26; 542-554, 2013). Esta última hace referencia a eliminar fetos que padecen  algún problema médico, especialmente síndrome de Down, en cambio se define como reducción la eliminación de un número de fetos sanos,  con el único objeto de “solucionar” el problema de un embarazo múltiple.

En general, se admite que la responsabilidad ética de la reducción fetal es de la mujer embarazada, de acuerdo al principio de autonomía (Health Care Arial 9; 167-185, 2001), dentro de una bioética utilitarista sin embargo, ello entra en contradicción con el indudable derecho a la vida de los fetos que van a ser eliminados, lo que hace que la reducción fetal sea un problema que suscita un amplio debate ético.

En ocasiones,  se ha querido equiparar la valoración ética de la reducción embrionaria a la teoría del  así denominado “bote salvavidas”,  al considerar que los fetos en el vientre de su madre son como pasajeros  en un bote salvavidas. En ambas situaciones no hay suficiente espacio, ni recursos y por lo que no todos pueden sobrevivir. En este sentido parece aceptable eliminar a algunos en beneficio de la supervivencia de los que restan. Sin embargo, a nuestro juicio ambas circunstancias son radicalmente distintas, en la primera un número de personas ocupan el bote salvavidas porque es la única posibilidad de sobrevivir en unas circunstancias que les han sido impuestas; pero en el embarazo múltiple esto es  debido a una decisión médica, compartida por la mujer, de implantarle un elevado número de embriones para hacer más eficaz la técnica.  Es esta una actitud claramente utilitarista, cuando habría bastado implantar solamente uno o dos embriones para solucionar de raíz el problema.

Sin embargo, con independencia de esta viva polémica, la realidad es que cuantitativamente la reducción fetal es una práctica frecuente en la clínica obstétrica.

Así, en el Reino Unido, la cifra de reducciones fetales puede oscilar entre 15 y 191 por año y los últimos datos muestran que en 2010 solamente se produjeron 85. Dado que en ese país en 2011 se sobrepasaron los 11.000 embarazos múltiples, los 85 realizados suponen una mínima proporción  (Reproductive BioMedicine Online 26; 522-524, 2013). Sin embargo, somos de la opinión, que bastaría una sola reducción fetal, para que esta práctica fuera ampliamente rechazada.

Justo Aznar