Los economistas Christopher Cundell y Carlos McCartney idearon en 1956 el estándar QALY, siglas en inglés de años de vida ajustados a la calidad. Cuantifica los años de vida que le quedan a alguien y los ajusta en función de si las perspectivas futuras son saludables o enfermizas. Esa medida ha ido creciendo en aceptación para evaluar los costes y beneficios de algunas intervenciones médicas. Al menos teóricamente, valdría por ejemplo para que, en casos de emergencia, médicos y personal de rescate decidan sus prioridades de salvamento, y hasta para establecer fondos de ayuda: una lógica puramente racional conduciría a salvar o financiar antes a jóvenes discapacitados que a ancianos enfermos, aplicando el estándar QALY. Pero a veces esa lógica puede enturbiarse. Matthew Hutson se hace eco en The New Yorker (4 de Octubre de 2013) de unos estudios efectuados por Justin Landy, de la Universidad de Pensilvania, que se acaban de publicar en Journal of Experimental Psychology (6 de Mayo de 2013) y que han explorado cómo la edad del afectado relativiza el valor de la vida humana, a pesar del sentir universal de que todas las vidas valen lo mismo.
En una serie de alternativas presentadas a voluntarios, han observado que las personas son muy reacias a elegir entre la muerte de un anciano o la de un joven. En dilemas asistenciales, en cambio, se producen algunas paradojas: ante un accidente en el que un sanitario se encuentra con dos niños, un bebé de tres meses y su hermana de diez años, que necesitan RCP y sólo es posible salvar a uno de ellos, el estándar QALY se decantaría por el bebé. Sin embargo, a los participantes en el estudio les enternecía más la niña de diez años. «Cuando se trata de evitar daños tendemos a tratar a todos por igual, pero cuando hay que salvar vidas, como por ejemplo a la hora de distribuir órganos para trasplante, la edad del paciente condiciona nuestros cálculos morales», dice Landy, «en parte porque la ayuda que se puede prestar es a menudo un recurso limitado». El que niños y adolescentes tengan un valor especial obedecería a un cierto utilitarismo sobre el potencial vital. Tales dilemas, en general más filosóficos que reales, podrían plantearse no sólo con bebés y jóvenes, o jóvenes y ancianos, sino entre un famoso o un político y un vulgar ciudadano, una persona normal y otra con síndrome de Down, o entre un millonario y un mendigo. La moral básica indica que se trata de vidas iguales; la moral práctica, el utilitarismo, un estándar QALY desalmado, podría fijarse en las diferencias (José Ramón Zarate, 21/27-X-2013).
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