Desde hace años se está implantando a buen ritmo una nueva área dentro de la ciencia médica. Los resultados son espectaculares pero silenciosos. La llaman medicina paliativa o cuidados paliativos. Consiste en aliviar todas las manifestaciones del dolor en enfermos moribundos o en fases terminales, cuidándoles y acompañándoles hasta el final de sus vidas. Lo más desconcertante es que todos acaban muriendo. Entonces ¿qué la hace vanguardista e innovadora?

Primero, se trata de una medicina que se aplica cuando ya no hay nada que hacer. Es rara. No hay esperanza terapéutica en esos enfermos que cuida. No existen tratamientos eficaces que eliminen, cuando aparecen, los llamados síntomas refractarios. No hay beneficios médicos tangibles. ¿Y qué hace? Hace mucho más de lo que aparentemente se espera. Hace dos cosas inseparables. Por un lado, inventa un sistema científico y moderno que palia eficazmente el dolor sin causar la muerte directamente, sin acelerarla, ni alargar la vida inútil y obstinadamente. Lo hace administrando sustancias sedantes y opiáceas que mitigan notablemente el dolor. Y por otro, re-descubre un modo médico y ético de tratar a los humanos que se están muriendo: los cuida con ternura y comprensión sin abandonarles. Resultado innovador: los que se mueren entonces eligen vivir, no morir.

Para la medicina paliativa la enfermedad incapacitante del moribundo se convierte en un reto. Lo afronta como una aventura científica y humana. Una oportunidad dignificante para el equipo médico y que ofrece al enfermo y su familia. Un reto, que no es solo técnico porque va más allá de lo estrictamente terapéutico, sensitivo, sintomatológico…más allá del beneficio. Por eso constituye un reto superior y vanguardista, es decir atrevido. El objetivo: conseguir que los pacientes incurables – que sufren- mantengan las ganas de vivir con dignidad hasta el final, sin desear la muerte. ¿Cómo lo logran? Disminuyendo el dolor y aumentando la estima de sus vidas. Reduciendo las múltiples dolencias e incrementando la valía de su existir humano. La clave: empeñarse en que estos enfermos oigan físicamente por el oído y sientan por el tacto que son seres humanos vivos y dignos aunque estén muriéndose. Que perciban profundamente en su decrepitud que valen todo por ser lo que son: “que vales tú por ser tú, por ser quién eres, por ser como eres y por eso te vamos aliviar, por eso estamos aquí a tu lado y no te vamos abandonar”. Con estas gráficas palabras se expresaba Cicely Saunder, la fundadora del movimiento hospice que inauguró hace treinta años en Inglaterra este tipo de cuidados.

Constituyen un enorme triunfo para la medicina y la sociedad actual. De modo fascinante, logran que muchos de estos enfermos no sientan arruinada su dignidad por el hecho de sufrir y de tener que morir de una enfermedad incurable. Dignifican al enfermo en los momentos más críticos de su vida en donde son cuestionados. Inventan un modo impresionante de hacer algo con seres humanos en su máximo declive, bajo su mayor impotencia y dolor. Algo que es un bien para ellos, un principio de beneficencia.

La medicina paliativa no considera la inexorable muerte de sus pacientes como un fracaso profesional. Ni les humilla ni avergüenza tocar con sus manos la finitud de la naturaleza humana. Por eso, los paliativos palian el latente orgullo de una ciencia siempre ávida de éxitos. Aquí no hay éxitos, es un área médica sin éxitos en sentido terapéutico. Pero innova un nuevo modo de afrontar la muerte del enfermo. Le recuerda a toda la medicina que no es propio de ella eludir la muerte, mirar para otro lado. Porque la muerte humana para la medicina no puede ser una obscenidad. Repugnarla, supondría una amenaza para el enfermo moribundo y su dignidad. En cambio, los paliativos miran de frente a la muerte sin huir, admiran con una mirada limpia al enfermo que sufre y muere. Han aprendido a base de ciencia y ética a manejar el dolor de modo competente, y a tratar con respeto y delicadeza la vida frágil que se va. Además, le recuerdan a las ciencias sanitarias que su objeto de atención no son cuerpos puros y cristalinos. Es mentira, esos organismos ni existen ni se estudian en medicina ni en enfermería. Lo genuino de estas ciencias – desde su origen- es atender cuerpos de carne y hueso, personas humanas atravesadas por la fragilidad, a veces demasiada fragilidad.

Los paliativos impactan en el mundo de la salud con un mensaje diáfano: los moribundos, los incurables…. tienen interés para la ciencia, valen para la medicina. Sí ¡caben! No son pacientes de segunda categoría, de segundo orden. Más aún, amplifica el mensaje asegurando que en la medicina no haya categorías de pacientes por sus estados críticos. Cada paciente es único, vale todo, vale para ser paciente y ser atendido. A ninguno se abandona o se deja de lado. Además, los paliativos destapan una obviedad sensitiva: los enfermos desahuciados están vivos, y esa vida es vida. Vidas que piden a gritos un cuidado especial que empieza por el alivio efectivo de dolor físico y del resto de sus dimensiones.

Pero de nuevo, lo más vanguardista de estos revolucionarios cuidados paliativos consiste en su poder neutralizador del deseo de morir. Países con eutanasia y suicidio asistido despenalizados, observan con asombro un acelerado decrecimiento en esos deseos cuando a los enfermos se les da a probar cuidados paliativos. El conocimiento de estos cuidados por parte de los sanitarios y su incorporación a los hospitales ofrece a los enfermos y a sus familias una nueva forma de afrontar el proceso final de la vida. Un modo digno y eficaz que prefiere ser elegido en cuanto se dispensa.

En definitiva, la medicina paliativa está provocando un cambio de paradigma en la atención de la salud. Reflota y fortalece al mismo tiempo una debilitada ética del cuidado que debe arraigarse de nuevo en el corazón del sanitario. Ennoblece a la profesión médica y al resto de profesiones sanitarias, porque vuelve a reinventar – a recuperar- con sus vanguardistas cuidados el sentido ético que recorre el arte médico: atender al que lo necesita, sanar al enfermo, aliviar al que sufre (Emilio García Sánchez, 10-VII_2013).